El
reciente acuerdo de París sobre cambio climático reincide en esta
idea: es importante conservar y aumentar sumideros y reservorios de
los gases de efecto invernadero, así como garantizar todos los
ecosistemas, incluidos los océanos.
La
inmensidad del océano puede ser una mina de oro con sus pastos
marinos, marismas o arrecifes de coral, y con especies de gran valor
biológico como el alga marina Sargassum o el krill, un pequeño
crustáceo antártico, que intervienen en el secuestro de carbono.
Lo
llaman carbono azul porque se ha quedado atrapado en los mares y,
aunque todavía no se conoce a fondo, los científicos no dudan del
potencial que tienen los ecosistemas marinos para combatir el cambio
climático.
En
el océano se almacenan cantidades de dióxido de carbono hasta
cincuenta veces más que en la atmósfera y veinte veces más que en
las plantas terrestres, según la Unión Internacional para la
Conservación de la Naturaleza (UICN).
Partiendo
de esos datos, ¿por qué no se hace más por aprovechar esos
recursos y contrarrestar las emisiones de CO2?
Steven
Lutz, coordinador del programa Carbono Azul del centro noruego
GRID-Arendal, admite que aún se necesita investigar más y evaluar
la acción de los ecosistemas marinos y costeros frente al
calentamiento global.
“Cuando
se preservan, sostiene, terrenos como los manglares sirven de hogar a
las especies marinas y les dan las condiciones para la vida, mientras
que si se degradan, el carbono acumulado se lanza de nuevo a la
atmósfera y puede tener un “impacto significativo en los gases de
efecto invernadero”.
Tanto
se ha hablado de los mercados de bonos de carbono y de la utilidad de
los bosques como moneda de cambio en su papel de sumideros que el
interés se ha extendido a otras formas de absorción como las de la
propia costa.
COP21
El
reciente acuerdo de París sobre cambio climático reincide en esta
idea: es importante conservar y aumentar sumideros y reservorios de
los gases de efecto invernadero, así como garantizar todos los
ecosistemas, incluidos los océanos.
Entre
las nuevas oportunidades, Lutz destaca que se puede mejorar la
gestión de los ecosistemas, utilizar ese carbono para lograr
objetivos de política nacional y compromisos internacionales, o
ayudar a las comunidades locales en la conservación ambiental y
dotarlas de medios para efectuar el canje de emisiones.
Ya
hay proyectos en países como Ecuador, República Dominicana,
Mozambique o Indonesia que, a distintos niveles, buscan el
reconocimiento de esa clase de servicios.
El
mar, una mina de oro
Y
es que la inmensidad del océano puede ser una mina de oro con sus
pastos marinos, marismas o arrecifes de coral, y con especies de gran
valor biológico como el alga marina Sargassum o el krill, un pequeño
crustáceo antártico, que intervienen en el secuestro de carbono.
“Para
que el carbono sea almacenado a largo plazo, necesita acabar en el
suelo del océano. Mediante el proceso de la cadena trófica marina,
el carbono es capturado por las plantas, ingerido por los animales,
arrastrado hacia el suelo y almacenado allí”, relata el fundador
de la iniciativa Global Ocean Trust, Torsten Thiele.
Por
eso, recalca, cuanto más estresado se encuentre el océano por daños
como la estratificación, la sobrepesca o la contaminación, peor
podrá absorber el carbono a la larga.
¿Cómo
proteger el ecosistema marino?
“La
pregunta es cómo se pueden proteger mejor los mares”, afirma
Thiele, que destaca los avances para medir y verificar las reservas
de carbono azul.
La
responsable para Océanos y cambio climático de la UICN, Dorothee
Herr, coincide en que, aun no siendo fácil, los instrumentos para
cuantificarlas están a la mano y muchas universidades han recogido
los datos de distintos ecosistemas costeros.
Otra
dificultad añadida entraña la medición del carbono en los
sedimentos del fondo oceánico, si bien la experta insiste en que los
números se están perfeccionando en general para poder incluirlos en
los inventarios nacionales de gases de efecto invernadero.
Todo
aquel que quiera financiarse para proteger los ecosistemas costeros y
marinos deberá adecuarse a los estándares, que varían en función
del mercado.
Thiele
da algunas pautas para las regiones interesadas en conservar sus
reservas: deberán identificar proyectos particulares, usar
instrumentos científicos y tecnológicos para medir y verificar los
niveles de carbono sin que se disparen los costes, encontrar un socio
comprador y seguir las normas, ya se trate de una transacción
pública o privada.
Además,
cabe la posibilidad de acceder a los fondos públicos acordados por
los países en la cumbre COP21 de París para cuestiones climáticas.
Sería
como pensar en gestionar un bosque bajo las aguas. Sin olvidar que,
aunque no se vea, el océano es considerado el sumidero de carbono
más grande del planeta.