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domingo, 28 de mayo de 2017

Hacen falta medidas radicales para evitar la sexta gran extinción en la Tierra

Las especies se están extinguiendo con mucha más rapidez que antes, alertan los expertos.

En la Tierra hay vida desde hace unos 3.700 millones de años. En este tiempo, conocemos cinco extinciones masivas, episodios dramáticos en los que muchas, o la mayoría, de las formas de vida desaparecieron en un parpadeo geológico. El más reciente de ellos fue la calamidad mundial que se llevó a los dinosaurios y multitud de otras especies, hace unos 66 millones de años.

Cada vez más científicos afirman que nuestro planeta podría experimentar pronto la sexta extinción masiva, esta vez provocada por el impacto cada vez mayor causado por la humanidad. Otros, como el economista danés Bjørn Lomborg, tachan esas opiniones de mal informadas y alarmistas.

Hacen falta medidas radicales para evitar la sexta gran extinción en la Tierra Científicos lanzan una búsqueda global por 25 especies ‘perdidas’

Hacen falta medidas radicales para evitar la sexta gran extinción en la Tierra Los humanos van camino de extinguir a todos los demás primates

Nosotros sostenemos enfáticamente que el jurado ya ha deliberado y el debate ha terminado: la sexta extinción terrestre ya está aquí.

El colapso de la biodiversidad
Las extinciones masivas suponen una catastrófica pérdida de biodiversidad, pero lo que muchos no aprecian es qué significa eso de biodiversidad. Una forma abreviada de hablar de la biodiversidad es simplemente contar especies. Por ejemplo, si una especie se extingue sin ser sustituida por otra, estamos perdiendo biodiversidad.

Pero la biodiversidad no es solo cuestión de especies. Dentro de cada especie hay por lo general cantidades considerables de variación genética, demográfica, conductual y geográfica. Buena parte de esta variación supone adaptaciones a las condiciones medioambientales locales, para aumentar la aptitud biológica de un organismo concreto y de su población.

Y hay también una enorme cantidad de biodiversidad que supone interacciones entre las diferentes especies y su entorno físico. Muchas plantas dependen de animales para la polinización y para la dispersión de las semillas. Las especies que compiten se adaptan unas a otras, al igual que los depredadores y sus presas. Los patógenos y sus huéspedes también interactúan y evolucionan juntos, a veces con notable velocidad, mientras que nuestro sistema digestivo interno alberga billones de microbios útiles, inocuos o perjudiciales.

En consecuencia, los ecosistemas son una mezcolanza de especies diferentes que están continuamente compitiendo, combatiendo, cooperando, ocultándose, engañándose, timándose, robándose y consumiéndose unas a otras en una pasmosa variedad de formas.

Todo esto es, por lo tanto, la biodiversidad, desde los genes hasta los ecosistemas, pasando por todo lo demás.

El moderno espasmo de la extinción
Da igual cómo la midamos. La extinción masiva ya ha llegado. Un estudio efectuado en 2015 en el que uno de nosotros (Ehrlich) participaba como coautor empleó cálculos moderados para calcular la tasa natural o de fondo de extinción de especies en diversos grupos vertebrados. El estudio comparó a continuación estas tasas de fondo con el ritmo de pérdida de especies desde comienzos del siglo XX.

Incluso suponiendo tasas de fondo conservadoramente elevadas, las especies se están extinguiendo con mucha más rapidez que antes. Desde 1900, los reptiles desaparecen 24 veces más rápido, las aves, 34 veces, los mamíferos y los peces, unas 55 veces más rápido, y los anfibios, unas 100 veces más rápido que en el pasado.
Si agrupamos todos los grupos de vertebrados, la tasa media de pérdida de especies es 53 veces más alta que la tasa de fondo.

Filtros de extinción
Para empeorar las cosas, estas extinciones modernas no tienen en cuenta las múltiples pérdidas de especies causadas por los humanos antes de 1900. Se ha calculado, por ejemplo, que los polinesios eliminaron alrededor de 1.800 especies de aves endémicas de las diferentes islas del Pacífico que fueron colonizando a lo largo de los últimos dos milenios.

Y mucho antes, los primeros cazadores recolectores efectuaron extinciones relámpago de especies —en especial megafauna como mastodontes, moas, aves elefante y perezosos de tierra gigantes— en su migración de África a otros continentes.

En Australia, por ejemplo, la llegada de los humanos hace al menos 50.000 años fue seguida al poco tiempo por la desaparición de enormes lagartos y pitones, canguros depredadores, el “león” marsupial y el Diprotodon, un marsupial del tamaño de un hipopótamo, entre otros.

Es posible que los cambios en el clima hayan contribuido, pero los humanos, con su caza y sus incendios han sido casi con seguridad la sentencia de muerte para muchas de estas especies.

Como resultado de estas extinciones anteriores a 1900, la mayoría de los ecosistemas de todo el mundo atravesaron un filtro de extinción: las especies más vulnerables desaparecieron, dejando atrás otras relativamente más resistentes o menos visibles.

Y lo que estamos viendo ahora es la pérdida de estos supervivientes. La suma de todas las especies llevadas a la extinción por los humanos desde la prehistoria hasta hoy sería mucho mayor de lo que muchos creen.

La desaparición de poblaciones
La sexta gran extinción se manifiesta también de otros modos, en especial en la aniquilación generalizada de millones (miles de millones quizá) de poblaciones de animales y vegetales. Al igual que las especies pueden extinguirse, también lo hacen poblaciones concretas, reduciendo la diversidad genética y las perspectivas de supervivencia a largo plazo de la especie.

Por ejemplo, el rinoceronte bicorne asiático se extendía en otro tiempo por el sureste de Asia e Indochina. Hoy solo sobrevive en diminutas bolsas separadas que comprenden quizá el 3% de su ámbito geográfico original.

Tres cuartas partes de los carnívoros más grandes del mundo, incluidos los grandes felinos, los osos, las nutrias y los lobos, están disminuyendo en número. La mitad de estas especies ha perdido al menos el 50% de su anterior hábitat.

De modo similar, excepto en determinadas zonas salvajes, las poblaciones de grandes árboles longevos están disminuyendo drásticamente.

El Informe Planeta Vivo 2016 de WWF resume las tendencias a largo plazo de más de 14.000 poblaciones de más de 3.700 especies de vertebrados. Su conclusión: solo en las cuatro últimas décadas, el tamaño de las poblaciones observadas de mamíferos, aves, peces, anfibios y reptiles ha disminuido una media del 58% en todo el mundo.

Y a medida que la población de muchas especies cae en picado, sus cruciales funciones ecológicas disminuyen con ella, creando posibles reacciones en cadena capaces de alterar ecosistemas completos.

En consecuencia, las especies en peligro de desaparición pueden dejar de desempeñar su función ecológica mucho antes de extinguirse de hecho.



Pagar la deuda de la extinción
Todo lo que sabemos sobre biología de la conservación nos dice que las especies cuya población está en caída libre son cada vez más vulnerables a la extinción.

Las extinciones rara vez se producen de manera instantánea, sino que la conspiración de los números en declive, la fragmentación de la población, la endogamia y la variación genética reducida puede conducir a un vórtice de extinción funesto. En este sentido, nuestro planeta está ahora acumulando una gran deuda de extinción que finalmente habrá que pagar.

Y no hablamos solo de perder hermosos animales; la civilización humana depende de la biodiversidad para su existencia misma. Las plantas, los animales y los microorganismos con los que compartimos la Tierra nos aportan servicios de ecosistema vitales, como regular el clima, proporcionar agua limpia, limitar las inundaciones, gestionar ciclos de nutrientes esenciales para la agricultura y la silvicultura, controlar las plagas perjudiciales para los cultivos y portadoras de enfermedades, y proporcionar belleza y beneficios espirituales y de recreo.

¿Nos aproximamos a la destrucción final? Ni mucho menos. Lo que estamos diciendo, sin embargo, es que la vida en la Tierra es en última instancia un juego en el que no hay ganadores ni perdedores. Los humanos no podemos seguir aumentando de número, consumir cada vez más tierra, agua y recursos naturales, y esperar que todo vaya bien.

Limitar el perjudicial cambio climático se ha convertido en un eslogan para luchar contra esos males. Pero las soluciones a la actual crisis de extinción deben ir mucho más allá.

Debemos también ralentizar urgentemente el crecimiento de la población humana, reducir el consumo y la caza excesivos, conservar lo que queda de las zonas vírgenes, ampliar y proteger mejor nuestras reservas naturales, invertir en la conservación de especies en grave peligro de extinción, y votar a líderes que conviertan estas cuestiones en una prioridad.

Sin medidas decisivas, es probable que cortemos ramas vitales del árbol de la vida que podría costar millones de años recuperar.

Bill Laurance es catedrático de investigación distinguido y laureado en la Universidad James Cook de Australia.

Paul Ehrlich es presidente del Centro de Biología de la Conservación y titular de la Cátedra Bing de Estudios sobre Poblaciones en la Universidad de Stanford.

Cláusula de divulgación:

Bill Laurance recibe financiación del Consejo Australiano de Investigación y otras organizaciones científicas y filantrópicas. Es director del Centro JCU de Ciencias del Medioambiente Tropical y de la Sostenibilidad, y fundador y director de ALERT, siglas en inglés de Alianza de Importantes Investigadores y Pensadores sobre Medio Ambiente.

Paul Ehrlich no trabaja, ni asesora, posee acciones o recibe financiación de ninguna empresa u organización que pudiera beneficiase de este artículo, y no ha revelado ninguna afiliación pertinente, aparte del cargo académico arriba declarado.

domingo, 23 de abril de 2017

Huelva acogerá el Congreso Internacional de Cambio Climático

La cita tendrá lugar del 10 al 12 de Mayo del 2017.

El cambio climático centrará un Congreso Internacional que se acogerá en Huelva del 10 al 12 de mayo. Alrededor de 60 ponentes nacionales e internacionales intervendrán en las 20 sesiones organizadas durante los tres días de duración.

La presentación del Congreso ha tenido lugar esta mañana en el Salón de Chimeneas de la Casa Colón, donde se ha mostrado que una de las claves de la cita será buscar verdaderas soluciones al cambio climático y no permanecer en su explicación, causas y consecuencias.

En el prólogo del acto participaron, el consejero de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio, José Fiscal; el alcalde de Huelva, Gabriel Cruz; y el presidente de la Diputación Provincial, Ignacio Caraballo; como representantes de las instituciones que organizan el Congreso Internacional.
Más información:
http://socc.es

sábado, 22 de abril de 2017

22 Abril: Día de la Tierra, más llamada de atención que celebración

El 22 de abril se celebra en todo el mundo el Día de la Tierra, una expresión tan sencilla como llena de contenido, ya que hace referencia al planeta que habitamos y lo que estamos haciendo con él para las futuras generaciones.

El origen de esta conmemoración se sitúa en 1970, año en el que se inició un movimiento medioambiental en Estados Unidos que sacó a la calle a 20 millones de personas para luchar por un entorno más saludable.

Tras esta manifestación se logró concienciar a los políticos sobre la importancia de la naturaleza y el cuidado del medio ambiente, y se creó la Agencia de Protección al Medio Ambiente de Estados Unidos. Esta asociación se encarga de las leyes para conseguir aire limpio, agua potable y conservar especies en peligro de extinción.


Hoy se homenajea el Día de la Tierra para que todos reflexionemos sobre su cuidado, invitándonos a preocuparnos más por la contaminación, los animales, las plantas y el medio ambiente.

Día de la Tierra: más llamada de atención que celebración. El blanqueo de corales en la Gran Barrera de Coral de Australia empeora

El planeta que habitamos tiene 4.543 millones de años de edad y continúa siendo el único objeto conocido en el universo capaz de albergar vida. También es el planeta más denso del Sistema Solar, pero en los últimos 35 años se ha perdido un tercio de la vida silvestre... y además de ser muchísimo es difícilmente recuperable.

Naciones Unidas decidió designar el 22 de abril como el Día Internacional de la Madre Tierra al reconocer que nuestro planeta y sus ecosistemas son el hogar de la humanidad y que si queremos conseguir un justo equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes y futuras es necesario promover la armonía con la naturaleza.

En esta jornada es cuando de alguna manera todos los países, instituciones y ciudadanos tomamos conciencia de que tenemos que celebrar, pero sobre todo de que debemos cuidar el planeta.

Si nos preocupáramos más por compartir información medioambiental, nos solidarizáramos con el reciclaje de envases, nos comprometiéramos con el ahorro de agua, con la utilización de energías limpias o conociéramos la lista de los animales en peligro de extinción, sin duda contribuiríamos a mejorar lo que nos rodea y lo que dejaremos a las futuras generaciones.

Y para que no todo se quede en la teoría, ¿qué puedes hacer tú por la Tierra?

Aquí van unos sencillos consejos para cuidarla con poco esfuerzo y grandes resultados:

- Utilizar bombillas de bajo consumo.
- Apostar por las energías renovables.
- Aportar vida a la naturaleza plantando al menos un árbol.
- Reciclar y conocer qué es biodegradable y qué no.
- No utilizar bolsas de plástico, y si se tienen que usar, reciclarlas.
- Calcular la huella de Carbono. Con la ayuda de un calculador de carbono se puede conocer cuál es la contribución personal al calentamiento global y de este modo poner remedio y reducir la propia contaminación.

Pero quizá el consejo más simple es hacer que todos los días sean el Día de la Tierra, y nada mejor para conseguirlo que comprometernos a diario con nuestro planeta.

viernes, 31 de marzo de 2017

¿Qué países han ganado y perdido más árboles desde 1990?

Imaginar lugares verdes y exuberantes es pensar en islas tropicales perdidas en medio de la nada, calurosas selvas sudamericanas o extensas sabanas en el continente africano. Escenarios que, al menos de primeras, aparecen en nuestra imaginación como parajes rebosantes de vida vegetal (y animal). Pero, ¿qué países, al margen de sus condiciones naturales, han conseguido aumentar sus zonas verdes? ¿Y cuáles han perdido más hectáreas arboladas?

De acuerdo a los registros de la FAO, recogidos en la base de datos abierta del Banco Mundial, el mapa indica el porcentaje de ganancia o pérdida de área forestal de los países del mundo desde 1990. El organismo excluye de su definición los sistemas de producción agrícolas (como por ejemplo una plantación de fruta) y los árboles en parques y jardines urbanos.

La deforestación sigue siendo la tendencia reinante. La superficie boscosa mundial ha mermado un 3% (unos 130 millones de hectáreas) en los últimos 25 años. Lo ha hecho, eso sí, a un ritmo mucho menor: la tasa neta de pérdida de árboles ha pasado de siete millones de hectáreas anuales a tres millones en ese periodo, según el informe Estado de los bosques del mundo de la FAO.

El poder adquisitivo de las naciones, según los datos, guarda una relación cercana con la conservación de los bosques. Los países más desarrollados sumaron más de tres millones de superficie boscosa nueva entre 2000 y 2010; los menos, por el contrario, perdieron más de dos millones.

España ha ganado un 33% de área forestal desde 1990, pasando de 13,8 millones de hectáreas a 18,4 millones. Cubierto de árboles en un 37%, el país ocupa el tercer lugar continental en crecimiento tras Irlanda (62%) y excepciones como Islandia, que ha doblado su superficie verde pero tan solo representa el 0,5% del territorio, fenómeno que se replica en otros países como Baréin (172%). El aumento nacional bebe principalmente de las repoblaciones, el éxodo de las tierras rurales y la expansión natural de la vegetación montañosa.

En términos absolutos, Finlandia, con un 83% de bosques, la mayoría sostenibles, es el primer país europeo en las clasificación de los más verdes del mundo, copada islas pequeñas tropicales de Sudamérica y el Caribe, algunas naciones africanas y países del sudeste asiático y el Pacífico Sur.

Sin bosque alguno se cuentan cinco países: San Marino, Catar, Groenlandia, Omán y Nauru. Excluyéndolos, estos son los diez menos verdes:
País
Área forestal (%)
Islas Feroe
0,1
Egipto
0,1
Libia
0,1
Mauritania
0,2
Yibuti
0,2
Kuwait
0,4
Arabia Saudí
0,5
Islandia
0,5
Baréin
0,8
FUENTE: Banco Mundial.

Las regiones tropicales son las que se han visto afectadas con mayor dureza. En ellas se pierden alrededor de siete millones de hectáreas cada año. La necesidad de espacio para tierras agrícolas sitúa a países africanos como Togo (-73%), Nigeria (-70%) y Uganda (-56%) entre los más devastados, además de naciones como Honduras (-44%), Nicaragua (-31%) o El Salvador (-30%). En Brasil, donde se pierden unos 2,5 millones de hectáreas anuales, la superficie total ha descendido un 10%. Por opuesto destaca Uruguay, país donde se ha ganado un 131% de masa forestal y donde un 80% tiene certificación de sostenibilidad.

Otras causas, como la agricultura comercial masiva, son responsables del 40% de la deforestación mundial, una cifra que alcanza el 70% en América Latina. La urbanización, la minería y la construcción de infraestructuras se reparten otro 30%.

sábado, 11 de febrero de 2017

España completa la declaración de reservas fluviales para su protección

El Gobierno ha declarado hoy 53 nuevas reservas fluviales, que suman casi 1.000 kilómetros de longitud, para preservar los tramos de ríos que tienen una escasa o nula intervención humana y que se encuentran en muy buen estado ecológico.

Las aprobadas se suman a las 82 ya declaradas en 2015, por lo que el número de Reservas Naturales Fluviales de España suman ya 135 y una longitud total de 2.684 kilómetros.

La decisión ha sido aprobada en la reunión del Consejo de Ministros y afecta a seis demarcaciones hidrográficas que competencia del Estado (las del Duero, Tajo, Ebro, Guadiana, Segura y Cantábrico Oriental).

135 reservas fluviales; 2.684 kilómetros
Los planes hidrológicos de cuenca, que ya están aprobados, incluyen los listados de los espacios que merecen ser declarados reserva natural fluvial, un total de 135, y tras el acuerdo del Consejo de Ministros de hoy están ya todos declarados.

El listado en los que se definen estos espacios ha sido sometido a amplios procesos de consulta pública, en los que las Comunidades Autónomas han tenido un papel esencial, y ha obtenido el informe favorable del Consejo Nacional del Agua, con 81 votos a favor y solo 1 voto en contra, según los datos facilitados hoy por el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente.

Las reservas aprobadas hoy se localizan en el Cantábrico Oriental (una reserva con 3,98 kilómetros); el Duero (20 reservas que suman 441 kilómetros); el Ebro (12 reservas con 184 kilómetros); el Guadiana (3 reservas con 57 kilómetros), el Segura (1 reserva con 9 kilómetros); y el Tajo (16 reservas que suman 232 kilómetros).
Más información:

lunes, 30 de enero de 2017

Adiós a los grandes mamíferos del planeta

La pérdida de hábitats y el cambio climático desencadenan la sexta extinción que nos dejará sin tigres o jirafas.

Uno de los relatos más importantes de la ficción contemporánea se titula 'El gran silencio', está protagonizado (y contado) por un loro y apenas supera las cuatro páginas. Su autor es Ted Chiang, un informático estadounidense que, con un puñado de reveladoras narraciones, entre ellas la que inspiró el filme La llegada, ha sido capaz de tocar nuestras fibras más sensibles. El pájaro-narrador vive junto al telescopio de Arecibo, en la selva de Puerto Rico, dedicado a tratar de captar un sonido inteligente proveniente del espacio exterior, escrutando lo que se denomina "el silencio del universo". Sin embargo, el loro se pregunta por qué los humanos nunca han tratado de hablar con los seres de otras especies con los que comparten el planeta: "Hace cientos de años, mi especie era tan abundante que nuestras voces resonaban por todas partes. Hoy casi hemos desaparecido. Dentro de poco, la selva estará tan silenciosa como el resto del universo". La desaparición de la fauna ha sido una pesadilla recurrente de la ficción —el título del libro de Philip K. Dick en el que se basa Blade Runner es ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? porque describe un mundo de megaciudades en el que no existen los animales—, pero ahora mismo es un proceso que ya está en marcha. Es lo que se llama la sexta extinción.

"Es el acontecimiento más importante de nuestro tiempo. La situación es muy seria. De hecho, no podría ser más seria", explica Elizabeth Kolbert, una periodista estadounidense que ganó el Premio Pulitzer el año pasado por su libro titulado precisamente así, La sexta extinción (Crítica), que el presidente Barack Obama ha recomendado en numerosas ocasiones. "Es importante darnos cuenta de que algunos ecosistemas, como los arrecifes de coral, están entrando en colapso en estos mismos momentos", agrega esta periodista de la revista The New Yorker. Y National Geographic, en un reciente artículo, planteó el asunto de forma todavía más dramática: "¿Sobrevivirán los humanos a la sexta extinción?".

En los 4.000 millones de años que han pasado desde que estalló la vida en la tierra se han producido cinco episodios de extinción masiva de especies. El más famoso de todos ellos ocurrió hace 66 millones de años, en el Cretácico, cuando el impacto de un meteorito provocó la aniquilación de los dinosaurios y del 80% de las especies terrestres. Sin embargo, esta sexta extinción tiene una diferencia fundamental con las demás: nosotros somos los responsables. Desde el año 1500 se han extinguido 322 especies, pero en la actualidad el proceso está en plena aceleración. Anthony Barnosky, paleobiólogo de la Universidad de Stanford (Estados Unidos) y experto en el funcionamiento de ecosistemas, resume así la situación: "Si no tomamos medidas ante la crisis actual, los nietos de nuestros hijos vivirán en un mundo en el que tres cuartas partes de las especies que existen en la actualidad habrán desaparecido para siempre". En los océanos, prosigue Barnosky, muchos de los animales de los que nos alimentamos, como el atún, se habrán ido también.

La causa no es solo el cambio climático, sino un conjunto de factores que tienen un punto en común: la acción de la humanidad

Un planeta en el que no existan en libertad los leones, los tigres, los rinocerontes, las jirafas o los elefantes, animales con los que la humanidad lleva soñando por lo menos desde que los pintó en las paredes de la cueva de Chauvet hace 33.000 años, es una posibilidad cada vez más real y cercana. Esa es también la conclusión de un equipo internacional de científicos, que publicó en octubre el informe 'Saving the World's Megafauna' (salvando a la megafauna del mundo) en la revista Bioscience de la Universidad de Oxford (Reino Unido).

Este trabajo concluía: "La mayoría de la megafauna de mamíferos se enfrenta a dramáticas contracciones de su ámbito geográfico y declives poblacionales considerables. Efectivamente, el 59% de los carnívoros más grandes y el 60% de los herbívoros de mayor talla están amenazados de extinción. Esta situación es particu­larmente crítica en el África subsahariana y el sureste de Asia, lugares que albergan la mayor diversidad de megafauna existente. El grupo de especies en riesgo de extinción incluye algunos de los animales más emblemáticos del mundo, como los gorilas, rinocerontes y los grandes felinos. Irónicamente, dichas especies van desvaneciéndose justo cuando la pone en evidencia, cada vez más, el papel tan esencial que desempeñan en los ecosistemas".

Desde hace unos años se multiplican las investigaciones científicas de todo tipo de centros de estudios y universidades que trazan un panorama cada vez más inquietante. Por citar solo las más recientes, el pasado octubre el Foro Mundial para la Naturaleza (WWF, en sus siglas en inglés) publicó la última edición de su Living Planet Index, un informe bianual que mide 14.152 poblaciones de 3.706 especies, y concluía que entre 1970 y 2012 el mundo había experimentado un declive en un 58% de estos animales. Si la situación no mejoraba, WWF indicaba que en 2020 habrían desaparecido dos tercios de los animales salvajes con respecto a 1970 (un declive del 67%).

Sólo a principios de diciembre fueron publicados dos datos que muestran hasta qué punto la sexta extinción es un fenómeno global: la Lista Roja de especies amenazadas, que publica la Unión para la Conservación de la Naturaleza, el índice más utilizado y citado para medir los animales que se encuentran en peligro, indicó que más de la mitad de las rayas, tiburones y quimeriformes (un orden de peces cartilaginosos) del Mediterráneo —73 especies en total— se encuentran en riesgo de extinción.

La misma institución publicó el 8 de diciembre otro informe en el que señalaba que uno de los animales más icónicos y reconocibles, la jirafa, el mamífero más alto del mundo, está sufriendo "un devastador declive en sus poblaciones, debido a la pérdida de hábitats, las guerras civiles y la caza ilegal". Su población global ha descendido en un 40% en 30 años. En total, esta Lista Roja incluye 85.604 especies, de las que 24.307 están amenazadas de extinción.

Parafraseando al gran Ennio Flaiano, podríamos decir que en este caso la situación es grave y además muy seria. Los caminos que toma la naturaleza cuando desaparecen especies son impredecibles, porque estas dependen unas de las otras y, si una parte del sistema falla, es difícil saber cómo se reequilibrará.

La mayoría de los científicos que estudian la sexta extinción llegan a la misma conclusión: se trata de un proceso en marcha, pero puede ser reversible. "No es demasiado tarde", asegura Jonathan L. Payne, profesor asociado de la Universidad de Stanford (EE UU) y uno de los autores de otro informe, publicado en septiembre por la revista Science, que anunciaba una extinción "sin precedentes" de los grandes animales marinos. "El porcentaje de especies que ya se han extinguido es todavía muy inferior al porcentaje que desapareció en episodios anteriores".

El biólogo José Vicente López-Bao, investigador de la Universidad de Oviedo que participó en el informe Saving the World's Megafauna, señala por su parte: "Las sociedades modernas deben demandar un mayor compromiso político en materia de conservación, lo que incluye respetar las decisiones adoptadas en los tratados y convenciones internacionales, coordinar esfuerzos y un mayor apoyo financiero a la conservación de la biodiversidad. De lo contrario, muchas poblaciones y especies corren el riesgo de no llegar al próximo siglo".

Elizabeth Kolbert agrega: "Es obviamente demasiado tarde para muchas criaturas que ya se han extinguido o que se han visto reducidas a unos pocos individuos. Pero no lo es para millones de especies". Preguntada sobre la influencia en este proceso de las posibles políticas del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump —que ha nombrado como jefe de la Agencia de Medioambiente a un negacionista del cambio climático, Scott Pruitt—, esta periodista responde: "Me temo que puede empeorar las cosas".

TODAVÍA HAY TIEMPO
¿Qué es la sexta extinción?
A lo largo de la historia del planeta se han producido cinco extinciones masivas de los animales (la de los dinosaurios es la más conocida). Muchos científicos creen que ahora mismo estamos viviendo la sexta extinción. La causa es la acción humana sobre su entorno.

Grandes mamíferos
Animales como los tigres, los leones o los rinocerontes pueden ser los primeros en desaparecer en libertad. Seguirán existiendo en los zoos, pero las cifras indican que su extinción en la naturaleza es una posibilidad real.

La jirafa
El último animal en sumarsa a a la lista de especies en peligro es la jirafa, cuya población ha descendido un 40% en 30%.

Todavía hay tiempo
Los científicos coinciden en que no es demasiado tarde, el proceso en marcha es todavía reversible.

La sexta extinción no es sólo producto del cambio climático —salvo en el caso de animales como los osos polares, que, al disminuir la capa de hielo, pierden la capacidad de cazar—, sino de un conjunto de factores que tienen un punto en común: la humanidad. La deforestación, la pérdida de hábitats, el avance de las tierras dedicadas al cultivo y la ganadería, la caza furtiva, el comercio ilegal de especies (el tráfico de marfil puede borrar a los elefantes de la tierra, y una moda culinaria, acabar con el pangolín, un armadillo asiático) o la sobreexplotación (es el caso de numerosas especies marinas).

Jonathan L. Payne explica: "Los cambios actuales en el clima (un calentamiento global acelerado) y en los océanos (acidificación y declive del oxígeno) ocurrieron durante extinciones masivas anteriores. Sin embargo, nuestros análisis sugieren que los cambios biológicos que estamos experimentando, particularmente la extinción selectiva de especies de todo tipo, son diferentes de cualquier proceso anterior".

La humanidad lleva muchos siglos moldeando la tierra: basta con visitar las Médulas, en León, un paisaje que forjaron los romanos con sus explotaciones mineras, o imaginar la cantidad de desperdicios que producía Roma en su máximo esplendor, una ciudad en la que vivían un millón de habitantes en el siglo I, para darnos cuenta de nuestra capacidad para alterar el medio ambiente. Y los cambios empezaron seguramente mucho antes: un estudio publicado en noviembre por los profesores Jed Kaplan, de la Universidad de Lausana, y Jan Kolen, de la Universidad de Leiden, concluía que hace unos 20.000 años, en plena Edad de Hielo, los cazadores recolectores quemaron grandes extensiones de bosques y, por tanto, transformaron radicalmente su entorno. Sin embargo, nada es comparable al proceso en el que estamos sumergidos en la actualidad, pese a que algunos científicos mantengan que no es la primera extinción masiva causada por la humanidad.

El Homo sapiens apareció hace unos 200.000 años en África y su expansión coincide con diferentes extinciones, sobre todo de la llamada megafauna prehistórica, desde los tigres dientes de sable hasta los mamuts. Cada vez más científicos consideran que nuestros antepasados fueron los responsables directos de la desaparición de estas especies (y de los otros representantes del género homo, como los neardentales). El debate está abierto porque también se produjeron enormes cambios climáticos, pero muchas evidencias apuntan a la acción humana.

Jean-Jacques Hublin, investigador del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, argumentaba en una conferencia reciente que mientras en África estos animales se esfumaron muy pronto, en Europa este fenómeno no ocurrió hasta la expansión de los Homo sapiens. En otras palabras: primero los matamos en África y luego en Europa. La llegada de nuestra especie a Australia hace unos 50.000 años es un gran misterio porque tuvimos que viajar por mar durante un periodo en el que no sabíamos navegar (o por lo menos no hay restos arqueológicos que lo demuestren). Como explica Elizabeth Kolbert en su libro, 10.000 años después de este acontecimiento, la megafauna australiana se había esfumado. "La llegada del hombre parece la única explicación", escribe.

Es el hecho más importante de nuestro tiempo. La situación es muy seria”, explica Elizabeth Kolbert, autora de ‘La sexta extinción’

Sin embargo, aquella desaparición afectó sólo a un tipo de animales. Lo que está ocurriendo en la actualidad incluye a numerosas especies de todos los tamaños. Muchos científicos creen que hemos entrado en una nueva era geológica, el Antropoceno, que comenzó en torno a 1950 —fue una de las conclusiones de un reciente congreso celebrado en septiembre en Sudáfrica—. Su principal característica frente a la era anterior, el Holoceno, son los efectos de la humanidad sobre el medioambiente. "El Antropoceno es el momento en el que los humanos hemos cambiado el ciclo vital del planeta", señaló el científico español Alejandro Cearreta.

Para el profesor Mark Williams, experto en paleobiología de la Universidad de Leicester y uno de los principales estudiosos del Antropoceno, "el impacto de los seres humanos en la biosfera es dramático y no se trata solo de la sexta extinción". Williams mantiene que cuatro datos aportan las claves para entender la radicalidad de estos cambios: el descomunal consumo de plantas y animales por parte de los humanos (el 97% de los mamíferos terrestres son humanos y los animales que comen y sólo el 3% son criaturas salvajes); el movimiento de plantas y animales por todo el mundo, fuera de sus hábitats naturales; los cambios drásticos en nuestros paisajes (que afectan en torno al 75% de la superficie terrestre no cubierta por hielo), y la interacción entre la biosfera y la tecnología. La sexta extinción es uno de los muchos signos de esta profunda transformación que conduce al planeta, y a todos los que vivimos en él, hacia un destino incierto.

Las extinciones son un signo de movimientos mucho más profundos, indicios de grandes alteraciones. El primer animal que los humanos tuvieron conciencia de haber exterminado fue el dodo, un pájaro no volador de las islas Mauricio que fue cazado (por diversión sobre todo) hasta su aniquilación durante el siglo XVII. Por vez primera nos dimos cuenta de que, después de matar al último dodo, ya no había más. Pero este pájaro mítico —que Lewis Carroll representó en Alicia en el País de las Maravillas— no sólo simboliza las especies en vías de extinción, sino que fue uno de los primeros signos de lo que iba a ocurrir en el resto del planeta con la expansión colonial de los europeos. El final del dodo fue el principio de una transformación mucho más radical. Lo mismo, a una escala mucho más grande, puede decirse de la sexta extinción. De nosotros depende todavía que no sea el preámbulo del gran silencio que anticipa el loro del relato de Ted Chiang.

Un microbio de Huelva para convertir en energía residuos de maíz de Colorado

Una levadura capaz de transformar los residuos de cultivos como los tomates o el maíz en aceites permite convertir desechos en productos con valor económico.

La capacidad humana para transformar el mundo ha tenido resultados fascinantes, pero también se ha convertido en un problema con la generación de todo tipo de residuos. En los ecosistemas naturales, con seres menos ambiciosos y con menos inventiva que las personas, parece que todos los componentes encajan en un conjunto y entre todos aprovechan los ciclos de los materiales. Lo que para unos son residuos, para otros son valiosos recursos. Con esa referencia, los biotecnólogos trabajan para acercar a los humanos a ese ejemplo de economía circular.

Un ejemplo es el trabajo de la compañía Neol Bio, con sede en Granada (España). Conscientes de las grandes cantidades de residuos que produce la actividad agrícola, en forma de paja o de frutas y hortalizas no aptas para el mercado, se lanzaron a la búsqueda de microorganismos capaces de transformar esos desechos en algo con valor. José Luis Adrio, director científico de la empresa, cuenta que el microbio elegido fue una levadura que encontraron en Riotinto (Huelva). “Es un organismo que, igual que hacemos los humanos, cuando se alimenta, acumula el material de reserva en forma de grasas”, apunta. El 60% del peso de las células de esta levadura pueden ser aceites, algo muy interesante desde el punto de vista de la industria que los puede convertir en todo tipo de productos, desde lubricantes hasta cosméticos.

El motivo para buscar el organismo en Riotinto se debe a que hay un precursor común para la síntesis de aceites y carotenos, unos antioxidantes naturales. ”Pensamos que si íbamos a un sitio con condiciones de oxidación altas como Riotinto, era probable que pudiésemos aislar organismos que produjesen carotenos y que también fuesen capaces de acumular lípidos”, explica Adrio.

Solo en Almería la agricultura produce dos millones de toneladas de residuos vegetales que se pueden reutilizar con métodos biotecnológicos


La levadura es capaz de aprovechar los azúcares que se encuentran en la paja del trigo o el centeno o en hortalizas como los pepinos o los tomates que tienen algún defecto y no se pueden vender. Según estimaciones que ofrece la propia compañía, el valor de los componentes básicos de los residuos de invernadero de Almería está en torno a los 30 millones de euros anuales. Es lo que se podría obtener de aprovechar los dos millones de toneladas de residuos vegetales que genera la agricultura en esa provincia.

Una vez seleccionado el microbio adecuado para este sistema de reciclaje, los científicos de Neol lo modificaron mediante la clonación de un gen para hacer que pudiese producir alcoholes grasos por fermentación. Estos compuestos químicos son más interesantes desde el punto de vista industrial. Una muestra de las posibilidades de esa levadura es la utilización de los alcohóles grasos que genera como aditivos para plásticos con los que obtener biopoliésteres. Con ellos, se elaborarían mallas para envasar los productos hortofrutícolas, un ejemplo de economía circular.

Tras la publicación del estudio en el que explicaban las posibilidades de su levadura, en Neol recibieron la llamada del Laboratorio Nacional de Energías Renovables (NREL) del Departamento de Energía de los Estados Unidos (DOE) en Golden, Colorado. Su interés se debía a la gran cantidad de hojas y tallos de la planta de maíz que quedan como restos inutilizables de este tipo de cultivos.

Hay otras empresas que trabajan en este ámbito, así que Neol están centrando en optimizar el rendimiento y la productividad de la levadura, mejorando las cepas y las condiciones de cultivo. Dadas las grandes cantidades y el bajo precio que se necesitaría para utilizarlo como combustible, la posibilidad de utilizar este proceso para producir combustibles parece lejana. De momento, el escalado industrial podría llegar para productos que se pueden vender más caros y no requieren cantidades tan importantes como biolubricantes o incluso algunos productos con aplicación farmacéutica.