Investigadores japoneses
afirman que han detectado en la cumbre altos niveles de mercurio procedente de
China en la montaña símbolo del país
En los días
despejados, el perfil cónico del Monte Fuji se recorta con simetría y elegancia
contra el horizonte de Tokio. Sus laderas blancas descienden con suavidad hasta
desaparecer detrás de los rascacielos de la capital a un centenar de
kilómetros. La montaña más alta de Japón ha sido fuente de inspiración de
artistas y poetas, y lugar de peregrinación religiosa durante siglos. Pero
Fujisan o Fujiyama, como lo denominan los japoneses, es objeto de una amenaza
potencial que llega del otro lado del mar. Según un reciente estudio de un
grupo de investigadores dirigidos por el profesor Osamu Nagafuchi, de la
Universidad de la Prefectura de Shiga, el Monte Fuji, símbolo sagrado de Japón
y Patrimonio de la Humanidad desde este año, registra niveles de mercurio
superiores a la media nacional, debido a la contaminación atmosférica
procedente de China.
Los
investigadores midieron 2,8 nanogramos de mercurio por metro cúbico de aire en
la cumbre del Monte Fuji en agosto pasado, muy por encima de los entre 1 y 1,5
nanogramos normalmente detectados en lugares considerados limpios, pero aun así
muy por debajo del límite de 40 nanogramos de media estimados dañinos para la
salud por el Gobierno. Un nanogramo es la millonésima parte de un miligramo.
Los niveles
de contaminación superiores a lo esperado se deben a las fábricas y centrales
térmicas chinas que queman carbón, un proceso que libera mercurio y otros
elementos tóxicos, como arsénico, cuyas lecturas también son altas, según
Nagafuchi. “Está claro que el mercurio que es emitido (a la atmósfera) por
China llega al Monte Fuji. Cada vez que la concentración de mercurio era alta,
la masa de aire venía de China”, asegura tajante este profesor de Ciencias
Medioambientales. Nagafuchi afirma que, además de mercurio, han identificado en
Fuji y otras montañas arsénico y telurio —“elementos que son emitidos en la
combustión de carbón en las industrias”—, así como esferas de cenizas
inorgánicas, típicas también de la quema del mineral.
El
investigador y su equipo eligieron para el estudio el Monte Fuji —un volcán
dormido desde su última erupción en 1707, aunque calificado como activo por los
geólogos— porque “puede evitar los efectos de muchos tipos de actividades a
nivel del suelo”, ya que su cima está “a una altitud de atmósfera libre”. Mide
3.776 metros sobre el nivel del mar. “En otras palabras, lo usamos como torre
de observación”. Por el mismo motivo dice que han instalado campos de
experimentación en las cumbres de otras montañas: Norikura, Ibuki y
Kuromi-dake.
Nagafuchi y
otros científicos han llevado a cabo lecturas en la cima del Monte Fuji cada
año desde 2007, y, aunque las cifras varían, en la mayoría de los casos exceden
la media del país. El valor más alto de mercurio registrado se produjo en 2007:
25,1 nanogramos por metro cúbico de aire, según la prensa japonesa.
En 2010,
fueron emitidas 1.960 toneladas de mercurio a la atmósfera en todo el mundo,
principalmente como consecuencia de la combustión de carbón y la producción de
oro a pequeña escala y artesanal, según el Programa de Medioambiente de
Naciones Unidos. Casi un tercio de ellas, en China.
Japón es
especialmente sensible al problema del mercurio, el cual se utiliza poco en el
país desde el desastre de la enfermedad de Minamata, nombre de una población
del sur de Japón en la que los vertidos de mercurio al mar de una empresa
química contaminaron peces y marisco y provocaron un envenenamiento de la
población. El síndrome neurológico, que afectó a miles de personas, fue
identificado por primera vez en 1956.
Nagafuchi
afirma que no han comunicado los resultados del estudio sobre el Monte Fuji a
las autoridades chinas, pero dice que realizaron varias presentaciones
científicas en la XI Conferencia Internacional sobre el Mercurio como
Contaminante Global (ICMGP, en sus siglas en inglés), celebrada el verano
pasado en Edimburgo (Reino Unido). “Nuestra misión es anunciar al público los
nuevos resultados de nuestras investigaciones basados en pruebas científicas.
Queremos que alguien —por ejemplo, quienes tienen el poder para decidir—
utilicen estas pruebas para resolver el problema medioambiental”.
Las
conclusiones del informe no contribuirán, sin duda, a suavizar las complejas
relaciones que mantienen Pekín y Tokio, debido a la invasión de China por Japón
en la primera mitad del siglo XX y las disputas territoriales marítimas.
Ma Jun,
director del Instituto de Asuntos Públicos y Medioambientales en Pekín y uno de
los expertos medioambientales más renombrados de China, cree que no es cuestión
de hacerse reproches. “No he llevado a cabo investigaciones directas [sobre la
situación en el Monte Fuji], así que no puedo comentar de manera específica, pero
la contaminación atmosférica no tiene fronteras. Puede que la polución china
afecte a Japón, de la misma forma que las fugas radiactivas pueden afectar a
China”, afirma en velada referencia a la crisis de la central nuclear japonesa
de Fukushima. “La cuestión no es culparse mutuamente, sino colaborar y
encontrar una solución”.
No es la
primera vez que los expertos japoneses afirman que China está exportando la
polución originada por su rápido desarrollo económico. Los pinos de los bosques
de Yakushima —una isla montañosa en la prefectura de Kagoshima, en el sur del
país— están muriendo, debido a los contaminantes transportados por los vientos
que llegan de China, según Nagafuchi; un fenómeno que comenzó a estudiar en la
década de 1990.
“Con el
progreso de la industrialización en los países de Asia oriental, grandes
cantidades de polvo amarillo, ozono y aerosol ácido son llevados a Japón”,
señalaba Nagafuchi en 2008 en un artículo científico firmado con otros
investigadores. “La isla de Yakushima está afectada directamente por el
transporte desde gran distancia de contaminantes atmosféricos de China
continental, porque no hay áreas industriales ni fuentes de contaminación entre
el continente y esta isla. Recientemente, se ha observado un declive de Pinus
amamiana en esta isla”, añadía. Esta especie de pino solo se encuentra en
Yakushima y en una isla vecina.
Aunque su
opinión es cuestionada por algunos expertos, Nagafuchi la mantiene. “Yakushima
no tiene fuente contaminante y nuestro lugar de investigación sobre el declive
de los bosques está en el lado occidental de la isla, frente al Mar de China
Oriental”, dice. “El problema del declive de los bosques en Yakushima será cada
vez más grave si la emisión de contaminantes atmosféricos en China continúa”.
De momento, los famosos cedros de la isla —el más grande de los cuales se
estima que tiene entre 2.000 y 7.200 años— no se han visto afectados. Yakushima
fue designada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1993, gracias a sus
cedros milenarios.
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