De
las hoces del río Riaza, en Segovia, a las Tablas de Daimiel, en
Ciudad Real, pasando por Pelegrina (Guadalajara) y Poza de la Sal
(Burgos).
Ayer
se cumplieron 35 años de la muerte de Félix Rodríguez de la
Fuente, que divulgó la flora y fauna ibéricas y luchó por la
conservación de relevantes parajes naturales.
No
da tiempo a sufrir el frío del páramo castellano en pleno invierno.
El olor a carroña y la llegada paulatina de buitres leonados anula
las sensaciones que producen las bajas temperaturas, gracias al
espectáculo que ofrece la concentración de una de las aves
voladoras más grandes del mundo. Los machos dominantes, los más
veteranos, llegan primero. Al poco tiempo son decenas y al final
contamos en torno a 200 buitres leonados que, tras un sibilante
planeo en círculo sobre la carroña, aterrizan para dar buena cuenta
de ella.
Estamos
en un muladar para aves carroñeras del parque natural de las Hoces
del Río Riaza, en Segovia, uno de los espacios naturales íntimamente
ligados a Félix Rodríguez de la Fuente. Un lugar puesto como
ejemplo del tópico: “Si Félix levantara la cabeza”. Si la
levantara, se sentiría orgulloso de la recuperación de una especie,
el buitre leonado, que en estas hoces promediaba en los años setenta
del pasado siglo menos de 200 parejas y que ahora supera las 500,
convirtiéndose en una de las colonias más grandes del mundo. Pero
hay más: en 1979 las estimaciones de la población total para España
eran de 2.283 parejas (y bajando) y las últimas la cifran en casi
25.000.
Ayer
se cumplieron 35 años de la muerte en un accidente de avioneta en
Alaska del “amigo de los animales”, del gran divulgador de la
conservación de la biodiversidad y de la necesaria comunión cordial
entre las personas y el territorio que habitan. El hombre y la Tierra
se llama, precisamente, la obra cinematográfica por la que es
especialmente reconocido y recordado.
Fue
en las márgenes del Riaza, al pie de Peña Portillo, cortado donde
decenas de parejas de buitres leonados se preparan para la
nidificación del año, donde estableció Félix un campamento para
niños y adolescentes que, junto a los clubes de los linces de la
entonces Asociación para la Defensa de la Naturaleza (Adena), hoy
WWF España, forjó una cantera de naturalistas, ecologistas y
biólogos que hoy son la punta de lanza de la conservación en
España.
Hasta
200 buitres se acercan a comer carroña en el Refugio de Rapaces de
Montejo de la Vega, en Segovia.
“Cuando
llegó aquí a principios de los años setenta buscando
localizaciones para grabar se quedó alucinado con las buitreras, y
lo primero que dijo fue: ‘Esto hay que protegerlo”. Juan Carlos
del Olmo, actual secretario general de WWF España y uno de los
“cachorros de lince” de Félix, rememora aquella época justo
cuando se cumplen 40 años de la creación del Refugio de Rapaces de
Montejo de la Vega, gestionado por WWF y embrión del actual parque
natural. “Lo más importante es que su propuesta de protección
consistió en crear el primer acuerdo de custodia de territorio que
se conoce en España; es decir, firma con agricultores, ganaderos y
cazadores un compromiso para que respeten las zonas más sensibles
para las aves carroñeras, lo que conllevó la compra por Adena de
parte de los terrenos y la gestión del refugio”.
Cuarenta
años después, este logro se antoja trascendental. Pocos años atrás
se pagaba dinero público por matar rapaces y lobos a través de la
Junta de Extinción de Animales Dañinos, y desde el campo se
comenzaba a ver al gran divulgador burgalés como un enemigo a
combatir por su defensa de la fauna salvaje. “Nosotros no sabíamos
lo bueno que hacían los buitres, y él nos lo mostraba, sobre todo
con las reses muertas que comían”. Hoticiano Hernando es toda una
institución del refugio de Montejo de la Vega, fue su primer guarda
y hoy, con casi 92 años, no olvida el mensaje de Félix.
Cambiar
la mentalidad de una sociedad en la que las águilas, los osos y los
lobos eran los enemigos, y las zonas húmedas estaban destinadas a su
desecación por considerarlas más válidas para urbanizar y cultivar
que para conservar, se presentaba como una tarea hercúlea. Odile
Rodríguez, la hija de Félix que ha continuado con su legado a
través de la fundación que lleva el nombre del progenitor, recuerda
que “se daban tres pasos adelante y dos para atrás porque no había
ni una estructura, ni una Administración, ni una legislación que
permitiera avanzar de forma fluida, todo estaba pensado para terminar
con la fauna y la flora a costa del desarrollo”.
Poza
de la Sal, en Burgos. Vista del pueblo natal de Félix Rodríguez de
la Fuente desde una cueva a la que el naturalista subía de niño a
mirar los pájaros.
Otro
lugar que hace pensar en estas palabras y hoy recuerda a Félix
Rodríguez de la Fuente son las Tablas de Daimiel, en Ciudad Real. A
mediados de los años sesenta del pasado siglo, la dictadura de
Franco tenía firmes propósitos de desecar casi en su totalidad La
Mancha Húmeda, el rico complejo de humedales hoy declarado reserva
de la biosfera y abastecido por el acuífero 23, uno de los mayores
sistemas de aguas subterráneas de la Península. Hacia 1990, con
motivo de la realización del inventario de humedales de España, un
equipo del departamento interuniversitario de Ecología de la
Universidad Autónoma de Madrid recopiló información que desvelaba
que en los últimos 200 años España había perdido el 60% de esos
ecosistemas, pasando de 280.000 a 114.000 hectáreas.
Esta
tendencia se mantenía, incentivaba y aceleraba en pleno régimen
franquista, justo en el momento en que Félix y dos de los compañeros
de rodaje que murieron con él en Alaska, Teodoro Roa y Alberto
Mariano Huéscar, se quedaban también maravillados con las Tablas de
Daimiel, esta vez con las evoluciones de la nutria, por aquel
entonces otra especie en declive. “Tan ensimismados estaban con el
rodaje que Roa no se dio cuenta de que estaba a punto de quedarse sin
película y tuvieron que interrumpirlo”, explica el actual director
conservador del parque, Carlos Ruiz. “Las máquinas estaban
dispuestas para entrar a desecar las Tablas”, prosigue Ruiz. “Pero
el movimiento mediático que originó Félix y las demandas
posteriores para declararlas parque nacional permitieron que en 1973
alcanzaran la máxima protección”. Las Tablas celebran hoy el
aniversario de la muerte de su histórico defensor con uno de los
mayores grados de encharcamiento de su historia (lleva así desde
2012) y con una noticia que haría sonreír a Roa y Huéscar: la
nutria cuenta con 12 territorios que dan fuelle a su supervivencia,
pero estando alerta.
Dejamos
La Mancha Húmeda con las últimas palabras de Carlos Ruiz: “Es
cierto que cuantitativamente las Tablas están en uno de sus mejores
momentos, pero aún sufren los vertidos residuales en varios puntos
y, aunque se ha avanzado mucho contra la extracción ilegal de agua
del acuífero 23, no hay que bajar la guardia”. Este territorio vio
cegados durante muchos años los Ojos del Guadiana (nacedero del río)
y su cuenca comprobó cómo se desecaban 25.000 hectáreas de
humedales.
Hoticiano
Hernando fue guarda del Refugio de Rapaces de Montejo de la Vega.
“En
la Albufera se están vertiendo desechos de fábricas, infiltraciones
del DDT (residuos de pesticidas) de los arrozales, sustancias que no
solamente acaban con la pureza de las aguas, sino que matan a la
fauna ictiológica (peces) de la Albufera”. Era el 28 de junio de
1970 y Félix Rodríguez de la Fuente se asomaba con estas palabras a
las pantallas de TVE a través del programa Vida salvaje, antecesor
de El hombre y la Tierra. Y decía más: “La Dehesa del Saler, el
pinar de Pinus halepensis, ese bosque, esa comunidad de plantas
mediterráneas verdaderamente única en la península Ibérica,
también debe conservarse en toda su integridad porque en sí forma
parte del enclave de la Albufera de Valencia”. Para rematarlo, y en
respuesta a su posible urbanización, alertaba: “Sería
tremendamente peligroso alterar lo que resta ya de esta hermosa
Dehesa del Saler”.
Anna
Mateu, redactora jefe de la revista de divulgación científica
Mètode y una de las impulsoras de un trabajo de investigación sobre
el papel que desempeñaron los medios de comunicación en aquella
época, afirma al respecto: “Eran tiempos muy difíciles, en los
que la prensa local reaccionó bastante mal, se echó encima de Félix
por ir en contra de la urbanización y hasta le acusaron de
injerencia”. Mateu recuerda que “el proyecto de urbanización se
dejó morir poco a poco, entre otras cosas porque la sociedad
valenciana se movilizó en contra y ya en 1973 incluso la prensa
local criticaba el proyecto”. En 1986, la Albufera se convirtió en
el primer parque natural declarado en la Comunidad Valenciana. Un
entorno fuertemente humanizado hace que, aún hoy, una ONG como Acció
Ecologista-Agró siga demandando mayor grado de preservación. Con
todo, perderse en el entramado de lagunas, arrozales y, por supuesto,
los pinos y dunas de la Dehesa del Saler supone llevarse en la retina
una de las mejores escenas naturales de la costa levantina,
especialmente ahora que concluyó la temporada cinegética y cientos
de moritos, flamencos, anátidas y garzas se agolpan en sus aguas.
El
movimiento que originó Félix culminó con la máxima protección de
las Tablas de Daimiel”
Félix
no llegó a ver la Albufera protegida, como tampoco el archipiélago
de Cabrera, otro de los lugares donde batalló contra la inercia de
la burocracia de la dictadura, y más en este caso, porque se
demandaba la paralización de las maniobras del ejército en un
régimen de carácter militar. La baza que jugaba el “amigo de los
animales” era Adena, una ONG cuya presidencia de honor la ostentaba
el entonces príncipe Juan Carlos y que le permitía acceder a
determinadas esferas políticas.
Lo
que no llegó a tener nunca fue el apoyo incondicional del movimiento
ecologista. A pesar de su innegable aportación a la defensa de la
naturaleza, en las asociaciones que nacieron en las postrimerías del
franquismo pesaban más las críticas a su trato a algunos animales
durante las filmaciones, su amistad y cercanía con mandatarios del
régimen franquista y el estar al frente de una ONG, Adena, que tenía
a un Príncipe, nobles y diplomáticos en su jerarquía. Además,
Rodríguez de la Fuente fomentaba la actividad cinegética de la
cetrería, incluso ante Franco, quien le encargó llevar unos
halcones al rey Saud de Arabia Saudí como regalo personal.
El
periodista e historiador en temas ambientales Joaquín Fernández
escribe en su libro El ecologismo español que “Adena y el propio
Félix provocaban ciertas reticencias en el ecologismo más
combativo, no solo por su connivencia con el poder establecido, sino
por su silencio sobre la energía nuclear”. Odile Rodríguez
recuerda, en cambio, que “rechazó cargos políticos que le
ofrecieron tanto Alianza Popular como UCD, e incluso se quitó de en
medio para que algunos se pusieran medallas con logros suyos”. Juan
Carlos del Olmo añade que “al principio fue un divulgador, pero
con el tiempo se convirtió en un activista, y lo demuestra la
batalla que dio en Daimiel y Cabrera”.
Panorámica
del parque nacional de las Tablas de Daimiel, en Ciudad Real.
Fruto
del trabajo en Baleares fueron no solo los programas de TVE que
dedicó al archipiélago, sino la creación de la Comisión de
Conservación de Cabrera. La pertenencia al Ministerio de Defensa
alejaba al archipiélago de los impactos negativos propios de la
urbanización y la invasión del turismo de masas, pero las
maniobras, tanto terrestres como marítimas, no reparaban en la
presencia de flora y fauna, ni siquiera en épocas de reproducción.
Algunas de las colonias más importantes de aves marinas y sus fondos
tanto rocosos como de praderas de posidonia llamaron la atención de
Félix y sus colaboradores. Él murió en 1980, pero fue en 1986, y
gracias al trabajo incansable del Grup Balear d’Ornitologia y de
Greenpeace, cuando se detuvieron las maniobras. En 1991 fue declarado
parque nacional. Hoy, muchos de los que batallaron con él, como Joan
Mayol o Xavier Pastor, lamentan que no viera en vida cumplido el
legado de su trabajo.
Desde
Cabrera volvemos al páramo, a Pelegrina, en Guadalajara, lugar
mítico de filmación de gran parte de los episodios de El hombre y
la Tierra, y a Poza de Sal, en Burgos, lugar de nacimiento y de las
primeras correrías naturalistas de Félix. Y nos encontramos al
lobo, al que en una de sus primeras andanzas cinegéticas
adolescentes espantó de uno de los puestos en los que estaba al
acecho para que no lo cazaran. Juan Carlos Blanco, biólogo y miembro
del grupo de especialistas del lobo de la Unión Internacional para
la Conservación de la Naturaleza, es uno de los muchos que afirman:
“Yo soy biólogo gracias a Félix y cada semana devoraba los
fascículos de la enciclopedia Fauna, que me costaban 25 pesetas”.
También recuerda la animadversión que provocaba con el tema del
lobo: “Mis padres eran de la montaña leonesa y contaban que en los
teleclubes de los pueblos, donde se reunían todos a ver la
televisión, tenían que apagarla cuando aparecía Félix porque
amenazaban con romperla”.
Al
igual que ocurre con los buitres leonados y las nutrias, hoy hay más
lobos que cuando el director de El hombre y la Tierra emprendió la
lucha por su protección. Blanco estima que “por entonces la
horquilla estaba entre los 200 y los 500 ejemplares y ahora
sobrepasan los 2.000, pero lo peor es que iban camino de la extinción
en España”. A este biólogo también le gusta recordar con
tristeza que uno de los humedales que Félix defendió, el de Laguna
de Duero, en Valladolid, no se salvó de la desecación, y considera
que “seguimos sin estar en el momento óptimo con el lobo que a él
le gustaría conocer”. Para Blanco, “mientras un sector
importante de los ganaderos y pastores sigan viendo a la especie como
una amenaza, seguirá amenazada”. A lo que cabe añadir las
críticas que desatan las autorizaciones para su caza, como las de la
Junta de Castilla y León, que solo para el periodo 2014-2015 ha dado
el visto bueno para abatir 140 ejemplares.
La
llamada Caseta de Félix, bajo el barranco del río Dulce, en
Guadalajara, que se utilizó durante las grabaciones de su documental
sobre el buitre leonado.
“Ahora
hay más leyes, hay más conciencia, hay Administraciones dedicadas
íntegramente al medio ambiente”, explica Odile Rodríguez, la hija
de Félix. “Pero nos falta asumir que tenemos una naturaleza que no
tiene nadie en Europa, que es nuestra verdadera marca España.
No acaban de entenderlo quienes deben tomar las decisiones políticas
y económicas, y eso a mi padre le seguiría fastidiando mucho”.
Rodríguez añade que para él “la naturaleza sin el vínculo con
el ser humano tenía poco interés”.
Palabras
que retumban en las hoces del Riaza cuando un todoterreno deja 200
kilos de vísceras de cordero en el comedero de los buitres. “Los
convenios con ganaderos y mataderos de la zona aportan comida
suplementaria, especialmente destinada al alimoche, buitre en peor
situación, y de paso facilitamos la gestión de residuos con
garantías sanitarias”. Laura Moreno, técnica de biodiversidad de
WWF España, renueva ese entendimiento entre personas y naturaleza
que impulsó Félix Rodríguez de la Fuente hace 40 años con la
creación del refugio. Fueron las personas, con la propagación de
las vacas locas y la prohibición de dejar animales muertos en el
campo, las que ocasionaron un desconcierto alimentario en los
buitres. Ahora vuelven a ayudarse mutuamente porque, repite
Hoticiano, “Félix nos decía que se comen lo malo del campo”.
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