Las
especies se están extinguiendo con mucha más rapidez que antes,
alertan los expertos.
En
la Tierra hay vida desde hace unos 3.700 millones de años. En este
tiempo, conocemos cinco extinciones masivas, episodios dramáticos en
los que muchas, o la mayoría, de las formas de vida desaparecieron
en un parpadeo geológico. El más reciente de ellos fue la calamidad
mundial que se llevó a los dinosaurios y multitud de otras especies,
hace unos 66 millones de años.
Cada
vez más científicos afirman que nuestro planeta podría
experimentar pronto la sexta extinción masiva, esta vez provocada
por el impacto cada vez mayor causado por la humanidad. Otros, como
el economista danés Bjørn Lomborg, tachan esas opiniones de mal
informadas y alarmistas.
Hacen
falta medidas radicales para evitar la sexta gran extinción en la
Tierra Científicos lanzan una búsqueda global por 25 especies
‘perdidas’
Hacen
falta medidas radicales para evitar la sexta gran extinción en la
Tierra Los humanos van camino de extinguir a todos los demás
primates
Nosotros
sostenemos enfáticamente que el jurado ya ha deliberado y el debate
ha terminado: la sexta extinción terrestre ya está aquí.
El
colapso de la biodiversidad
Las
extinciones masivas suponen una catastrófica pérdida de
biodiversidad, pero lo que muchos no aprecian es qué significa eso
de biodiversidad. Una forma abreviada de hablar de la biodiversidad
es simplemente contar especies. Por ejemplo, si una especie se
extingue sin ser sustituida por otra, estamos perdiendo
biodiversidad.
Pero
la biodiversidad no es solo cuestión de especies. Dentro de cada
especie hay por lo general cantidades considerables de variación
genética, demográfica, conductual y geográfica. Buena parte de
esta variación supone adaptaciones a las condiciones
medioambientales locales, para aumentar la aptitud biológica de un
organismo concreto y de su población.
Y
hay también una enorme cantidad de biodiversidad que supone
interacciones entre las diferentes especies y su entorno físico.
Muchas plantas dependen de animales para la polinización y para la
dispersión de las semillas. Las especies que compiten se adaptan
unas a otras, al igual que los depredadores y sus presas. Los
patógenos y sus huéspedes también interactúan y evolucionan
juntos, a veces con notable velocidad, mientras que nuestro sistema
digestivo interno alberga billones de microbios útiles, inocuos o
perjudiciales.
En
consecuencia, los ecosistemas son una mezcolanza de especies
diferentes que están continuamente compitiendo, combatiendo,
cooperando, ocultándose, engañándose, timándose, robándose y
consumiéndose unas a otras en una pasmosa variedad de formas.
Todo
esto es, por lo tanto, la biodiversidad, desde los genes hasta los
ecosistemas, pasando por todo lo demás.
El
moderno espasmo de la extinción
Da
igual cómo la midamos. La extinción masiva ya ha llegado. Un
estudio efectuado en 2015 en el que uno de nosotros (Ehrlich)
participaba como coautor empleó cálculos moderados para calcular la
tasa natural o de fondo de extinción de especies en diversos grupos
vertebrados. El estudio comparó a continuación estas tasas de fondo
con el ritmo de pérdida de especies desde comienzos del siglo XX.
Incluso
suponiendo tasas de fondo conservadoramente elevadas, las especies se
están extinguiendo con mucha más rapidez que antes. Desde 1900, los
reptiles desaparecen 24 veces más rápido, las aves, 34 veces, los
mamíferos y los peces, unas 55 veces más rápido, y los anfibios,
unas 100 veces más rápido que en el pasado.
Si
agrupamos todos los grupos de vertebrados, la tasa media de pérdida
de especies es 53 veces más alta que la tasa de fondo.
Filtros
de extinción
Para
empeorar las cosas, estas extinciones modernas no tienen en cuenta
las múltiples pérdidas de especies causadas por los humanos antes
de 1900. Se ha calculado, por ejemplo, que los polinesios eliminaron
alrededor de 1.800 especies de aves endémicas de las diferentes
islas del Pacífico que fueron colonizando a lo largo de los últimos
dos milenios.
Y
mucho antes, los primeros cazadores recolectores efectuaron
extinciones relámpago de especies —en especial megafauna como
mastodontes, moas, aves elefante y perezosos de tierra gigantes— en
su migración de África a otros continentes.
En
Australia, por ejemplo, la llegada de los humanos hace al menos
50.000 años fue seguida al poco tiempo por la desaparición de
enormes lagartos y pitones, canguros depredadores, el “león”
marsupial y el Diprotodon, un marsupial del tamaño de un hipopótamo,
entre otros.
Es
posible que los cambios en el clima hayan contribuido, pero los
humanos, con su caza y sus incendios han sido casi con seguridad la
sentencia de muerte para muchas de estas especies.
Como
resultado de estas extinciones anteriores a 1900, la mayoría de los
ecosistemas de todo el mundo atravesaron un filtro de extinción: las
especies más vulnerables desaparecieron, dejando atrás otras
relativamente más resistentes o menos visibles.
Y
lo que estamos viendo ahora es la pérdida de estos supervivientes.
La suma de todas las especies llevadas a la extinción por los
humanos desde la prehistoria hasta hoy sería mucho mayor de lo que
muchos creen.
La
desaparición de poblaciones
La
sexta gran extinción se manifiesta también de otros modos, en
especial en la aniquilación generalizada de millones (miles de
millones quizá) de poblaciones de animales y vegetales. Al igual que
las especies pueden extinguirse, también lo hacen poblaciones
concretas, reduciendo la diversidad genética y las perspectivas de
supervivencia a largo plazo de la especie.
Por
ejemplo, el rinoceronte bicorne asiático se extendía en otro tiempo
por el sureste de Asia e Indochina. Hoy solo sobrevive en diminutas
bolsas separadas que comprenden quizá el 3% de su ámbito geográfico
original.
Tres
cuartas partes de los carnívoros más grandes del mundo, incluidos
los grandes felinos, los osos, las nutrias y los lobos, están
disminuyendo en número. La mitad de estas especies ha perdido al
menos el 50% de su anterior hábitat.
De
modo similar, excepto en determinadas zonas salvajes, las poblaciones
de grandes árboles longevos están disminuyendo drásticamente.
El
Informe Planeta Vivo 2016 de WWF resume las tendencias a largo plazo
de más de 14.000 poblaciones de más de 3.700 especies de
vertebrados. Su conclusión: solo en las cuatro últimas décadas, el
tamaño de las poblaciones observadas de mamíferos, aves, peces,
anfibios y reptiles ha disminuido una media del 58% en todo el mundo.
Y
a medida que la población de muchas especies cae en picado, sus
cruciales funciones ecológicas disminuyen con ella, creando posibles
reacciones en cadena capaces de alterar ecosistemas completos.
En
consecuencia, las especies en peligro de desaparición pueden dejar
de desempeñar su función ecológica mucho antes de extinguirse de
hecho.
Pagar
la deuda de la extinción
Todo
lo que sabemos sobre biología de la conservación nos dice que las
especies cuya población está en caída libre son cada vez más
vulnerables a la extinción.
Las
extinciones rara vez se producen de manera instantánea, sino que la
conspiración de los números en declive, la fragmentación de la
población, la endogamia y la variación genética reducida puede
conducir a un vórtice de extinción funesto. En este sentido,
nuestro planeta está ahora acumulando una gran deuda de extinción
que finalmente habrá que pagar.
Y
no hablamos solo de perder hermosos animales; la civilización humana
depende de la biodiversidad para su existencia misma. Las plantas,
los animales y los microorganismos con los que compartimos la Tierra
nos aportan servicios de ecosistema vitales, como regular el clima,
proporcionar agua limpia, limitar las inundaciones, gestionar ciclos
de nutrientes esenciales para la agricultura y la silvicultura,
controlar las plagas perjudiciales para los cultivos y portadoras de
enfermedades, y proporcionar belleza y beneficios espirituales y de
recreo.
¿Nos
aproximamos a la destrucción final? Ni mucho menos. Lo que estamos
diciendo, sin embargo, es que la vida en la Tierra es en última
instancia un juego en el que no hay ganadores ni perdedores. Los
humanos no podemos seguir aumentando de número, consumir cada vez
más tierra, agua y recursos naturales, y esperar que todo vaya bien.
Limitar
el perjudicial cambio climático se ha convertido en un eslogan para
luchar contra esos males. Pero las soluciones a la actual crisis de
extinción deben ir mucho más allá.
Debemos
también ralentizar urgentemente el crecimiento de la población
humana, reducir el consumo y la caza excesivos, conservar lo que
queda de las zonas vírgenes, ampliar y proteger mejor nuestras
reservas naturales, invertir en la conservación de especies en grave
peligro de extinción, y votar a líderes que conviertan estas
cuestiones en una prioridad.
Sin
medidas decisivas, es probable que cortemos ramas vitales del árbol
de la vida que podría costar millones de años recuperar.
Bill
Laurance es catedrático de investigación distinguido y laureado en
la Universidad James Cook de Australia.
Paul
Ehrlich es presidente del Centro de Biología de la Conservación y
titular de la Cátedra Bing de Estudios sobre Poblaciones en la
Universidad de Stanford.
Cláusula
de divulgación:
Bill
Laurance recibe financiación del Consejo Australiano de
Investigación y otras organizaciones científicas y filantrópicas.
Es director del Centro JCU de Ciencias del Medioambiente Tropical y
de la Sostenibilidad, y fundador y director de ALERT, siglas en
inglés de Alianza de Importantes Investigadores y Pensadores sobre
Medio Ambiente.
Paul
Ehrlich no trabaja, ni asesora, posee acciones o recibe financiación
de ninguna empresa u organización que pudiera beneficiase de este
artículo, y no ha revelado ninguna afiliación pertinente, aparte
del cargo académico arriba declarado.
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