El elefante
africano volvió a ser protagonista significativo de la última reunión del
Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y
Flora (CITES) celebrada
en Bangkok (6-14 de octubre). Allí el país anfitrión, Tailandia, uno de los
principales focos de tráfico ilegal de marfil, anunció la prohibición de este comercio. El gran paquidermo es el miembro más
significativo, junto al león, del club de los Big Five (los cinco grandes), un
grupo de especies africanas que incluye también al rinoceronte, el búfalo y el
leopardo. En su origen, el sector cinegético bautizó así a este quinteto por ser
las piezas más codiciadas, peligrosas y difíciles de cazar. Hoy día, el testigo
del significado de este calificativo lo ha recogido el turismo de naturaleza, pero también la comunidad conservacionista,
como emblema de las especies más amenazadas del continente africano.
Casi
cada semana surgen cifras, denuncias y/o estudios científicos que corroboraran
esa situación de amenaza. Lo último: la matanza de 28 ejemplares de elefantes
en parques nacionales de Camerún. Que un colmillo tallado alcance los 190.000 euros
y un kilo de cuerno de rinoceronte supere los 60.000 euros en el mercado negro
tienen la culpa de una persecución sistemática que deja cifras récord año tras
año. ONG como WWF y Traffic han denunciado en la reunión del CITES que la
demanda mundial de marfil provoca anualmente la muerte de 30.000 elefantes
africanos. Tailandia, señalada junto a Nigeria y República Democrática del
Congo como principales responsables del tráfico ilegal, ha dado un primer paso,
pero estas mismas organizaciones le piden concreción en medidas y plazos.
Desde
Bangkok, Carlos Drews, representante de WWF en la reunión, informa que “hoy
mismo [último día de la cita de Bangkok] se decidió que China (Hong Kong y
Taiwan incluidas), Tailandia, Malasia, Filipinas, Uganda, Tanzania y Vietnam
deberán preparar un plan de acción en los próximos dos meses que indique las
medidas que tomarán para combatir el tráfico ilegal de marfil”. Queda
pendiente, según Drews, que los países miembros de CITES apliquen medidas
correctivas, “incluyendo sanciones comerciales a los que fallen en la
implementación de estos planes”.
Las dos
especies de rinoceronte africano (negro y blanco) también sufren el tormento de
poseer un apéndice altamente cotizado, en este caso por sus supuestas
propiedades curativas (hasta se difunde el rumor de que cura el cáncer).
Consecuencia: entre 2011 y 2012 se ha incrementado la caza de rinocerontes en
un 30%. Datos del Gobierno sudafricano subrayan que hasta finales de febrero de
2013 ya habían caído 146 a manos de cazadores furtivos solo en Sudáfrica, por
lo que creen que se sobrepasará con creces la cifra de 668 de 2012, que ya
supuso un incremento del 50% con respecto a 2011. Estimaciones oficiales
barajan que quedan 5.000 rinocerontes negros (en peligro crítico de extinción)
y 20.000 rinocerontes blancos. Según la Unión Internacional para la
Conservación de la Naturaleza (UICN), el primero ha perdido casi el 98% de sus
poblaciones desde 1960.
En
la reunión de Bangkok se instó a los países implicados a que persigan y
castiguen con más vehemencia este comercio, analicen y rastreen la procedencia
de los cuernos y mejore la cooperación internacional en este terreno. Algunas
voces denuncian que la prohibición total de la caza de rinocerontes ha sido
ineficaz y que habría que apostar por un comercio regulado. Al menos así lo
expresan científicos del Australian Research Council Centre of Excellence for
Environmental Decision y la Universidad de Queensland en un trabajo publicado
en la revista Science. En declaraciones a Reuters, Duan Biggs, quien
lideró el estudio, afirma que “en la situación actual, si la caza furtiva
continúa su crecimiento, las poblaciones de rinocerontes podrían extinguirse en
estado salvaje dentro de 20 años”, por lo que defiende que la demanda mundial
de cuernos podría satisfacerse legalmente recortándolos sin daño para el animal
o recogiendo los de ejemplares muertos de forma natural. Todo este proceso
estaría supervisado por un organismo internacional que certificaría la
trazabilidad del producto comercializado.
Pero el
tercer integrante del Big Five, el león, demuestra que una caza y explotación
regulada no siempre garantizan la protección de la especie. Un informe reciente
de la ONG Lionaid pronostica que, al ritmo actual de caza
algunas poblaciones podrían extinguirse dentro de cinco años, especialmente en
zonas pequeñas y aisladas en el oeste y centro del continente africano, donde
resisten con menos de 700 individuos. Según los últimos
censos realizados por equipos del African Lion Working Group y de la
International Foundation for the Conservation of Wildlife se estima que la
población total ronda una horquilla entre los 23.000 y 39.000 ejemplares, muy
alejados de los 200.000 de hace escasamente medio siglo. Desde Lionaid aseguran
que Sudáfrica, país de caza por antonomasia del gran felino, no ha conseguido
detener la merma de sus poblaciones, mientras en Zambia, con mayor mentalidad
conservacionista, no presenta descensos tan acusados.
Ninguno de
estos dos miembros del Big Five está en peligro de extinción, pero la tendencia
de sus poblaciones es también negativa. “El leopardo disminuye en muchas partes
de su área de distribución debido a la pérdida y fragmentación del hábitat y la
caza, amenazas significativas para que la especie se califique pronto como
vulnerable”. Así lo expone la Unión Internacional para la Conservación de la
Naturaleza (UICN), con lo que el felino pasaría de “casi amenazado” a
“amenazado” de extinción. La misma organización califica de “preocupación
menor” la situación del búfalo, aunque apostilla que está en descenso. En 2011,
un estudio conjunto de la Universidad de Hohenheim (Alemania) y del
International Livestock Research Institute de Nairobi (Kenia) confirmaba que
habían desparecido de la famosa reserva Masai Mara de este último país.
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