Dos
campesinos buscan el futuro de la agricultura india y apuestan por combinar
alta tecnología y tradicionales técnicas ecológicas
Participan
en un proyecto de la Fundación Vicente Ferrer
Gangadhar
Bhukya está muy orgulloso de sus lombrices. Son trabajadoras incansables, y muy
eficientes. Gracias a ellas ha conseguido librarse de los fertilizantes que
utilizaba antes para cultivar cacahuete en sus 30 acres de tierra. “Los
químicos dan resultado rápido, pero a la larga envenenan la tierra y le restan
fertilidad”, asegura este campesino perteneciente a una etnia tribal de
Anantapur, el segundo distrito más árido de India. Ahora son sus lombrices las
que convierten en abono una mezcla de deshechos vegetales y heces de animales.
“Es un proceso más largo, pero también mucho más natural y respetuoso con el
medio ambiente”, explica mientras tamiza el abono en uno de sus viveros.
Bhukya es uno
de los nueve agricultores de la zona que buscan en los productos orgánicos el
futuro de la huerta india. Ha diversificado sus plantaciones para introducir
mango, plátano, tomate, berenjena y guindilla, y participa en un programa de la
Fundación Vicente Ferrer (FVF), que en medio siglo ha conseguido teñir de verde
una tierra estéril, para impulsar los cultivos ecológicos y satisfacer una
demanda en rápido crecimiento. “Se paga el doble por los alimentos orgánicos, y
cada vez hay más clientes en las grandes ciudades”, asegura.
Sin
duda, parece que eso debería ser un gran aliciente, pero no es fácil cambiar la
mentalidad de los agricultores. “Cuidar de los cultivos orgánicos es más
barato, pero lleva más tiempo, requiere más mano de obra y los frutos tardan
más en llegar. Generalmente, el rendimiento de la tierra los primeros tres años
es menor. Muchos no pueden esperar o no están por la labor de trabajar más”.
Bhukya lleva la plantación junto a su mujer, y no están solos. Se han aliado
con otro agricultor, Obularidy Bygari, para alimentar el interés por los
métodos ecológicos. “A la gente le sorprende nuestra amistad, porque él es de
casta alta y yo pertenezco a la tribu, pero creo que en esto tenemos que estar
todos juntos”, sentencia Bhukya.
Tanto Bhukya
como Bygari tienen suerte: solo les hace falta excavar diez metros para
encontrar agua, un bien esquivo en Anantapur. “Cuando nací, en el pueblo había
solo tres pozos y esto era un pedregal. Ahora, después del trabajo de la
Fundación, tenemos 86 pozos y, aunque en algunos sitios hay que horadar hasta
cien metros de profundidad, casi todo el mundo tiene acceso al agua”. Los
pantanos que construyó la organización fundada por Vicente Ferrer han supuesto,
sin duda, una gran revolución en la conservación y distribución equitativa de la
lluvia. Y eso se ha traducido en una notable reducción de las migraciones
temporales de los campesinos, y en un descenso de la tasa de suicidios, que
sigue golpeando con dureza el ámbito rural indio.
“Nuestro
trabajo ha permitido sumar 200.000 acres a la extensión de tierra cultivable en
Anantapur, y esperamos duplicar esa cifra en cinco años”, avanza el experto en
proyectos de ecología de FVF, Chalapathy Tiruveedula. “También hemos conseguido
que se diversifiquen los cultivos y que aumente la productividad de la tierra,
porque antes solo se sembraba arroz y el cereal requiere mucha agua”. Pero
todavía son muy pocos los que apuestan por la agricultura orgánica.
Solo seis han
solicitado unos certificados que, hasta el momento, únicamente han conseguido
Bukhya y Bygari. “En la época de mis abuelos, la gente estaba más sana. Ahora
hay demasiada química y muchos problemas ligados a la mala calidad de la
alimentación. Los escándalos alimenticios se suceden casi cada día”, comenta
Bygari, que crea sus propios pesticidas dejando fermentar hojas de chirimoya en
orín de vaca.
“Cuando
algunos ven nuestros métodos se creen que buscamos vivir como en la Edad Media,
pero nada más lejos de la realidad”, argumenta Bygari. De hecho, la FVF les ha
proporcionado placas solares para accionar las bombas de los pozos y poner así
en funcionamiento modernos sistemas de riego que antes habría sido imposible
instalar en un país que sufre un endémico déficit energético. “Todavía hay
mucho desconocimiento sobre la agricultura ecológica en India, tanto entre
productores como entre consumidores. Nosotros la entendemos como una
combinación de técnicas antiguas, siempre respetuosas con la naturaleza, y
tecnología de vanguardia”.
Bukhya y
Bygari son un ejemplo para el resto de los campesinos del pueblo, a quienes ya
han demostrado que sus productos tienen aceptación en tiendas especializadas de
ciudades como Bangalore o Hyderabad, paradigma del desarrollo económico del
país. Ahora, estos dos inusuales emprendedores buscan crear una asociación de
agricultores que, con la fuerza de la unión, sea capaz de tener éxito en
mercados todavía más importantes. “Mi sueño es exportar nuestra fruta a Estados
Unidos”, cuenta Bukhya con una sonrisa de oreja a oreja y las lombrices
escurriéndosele entre los dedos.
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