Las aguas de Almería y
Baleares son las “áreas de descanso” preferidas de una de las criaturas marinas
más amenazadas del planeta en su largo viaje migratorio del Atlántico americano
al Adriático, la inmensa tortugas bobas (caretta caretta), que puede llegar a
pesar hasta 500 kilos.
Las
responsabilidad de España para con esta especie, considerada “en peligro de
extinción” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza
(UICN), es enorme, por eso los conservacionistas reclaman contundencia a las
administraciones para que sus “áreas de descanso” no se conviertan en un
cementerio para la caretta caretta.
La pérdida de
hábitat por la degradación del litoral o las consecuencias del cambio climático
en los océanos son algunas de las causas globales que han hecho descender las
poblaciones de la especie más representativa de la familia de los quelonios en
el Mediterráneo hasta en un 40%.
Pero la
tortuga boba se enfrenta en España a una notable causa de mortalidad mucho más
local: la captura accidental por artes de pesca; que cercena la economía del
pescador artesanal que pierde horas de trabajo y la red en la que se ahoga este
animal que suele pesar más de 100 kilos, y supone un mazazo para la
conservación.
Un estudio científico de la
organización Oceana determina que las redes de trasmallo para pescar langostas
en Menorca son las responsables del 80% de las capturas accidentales en
Baleares.
Con esta
información, tres de los 12 Lugares de Interés Comunitario (LIC) de la Red
Natura con parte marina en esta isla, se diseñaron, principalmente, para
proteger esta especie, que suele vivir cerca de la superficie y raramente baja
a profundidades de más de 90 metros. Para el beneficio de pescadores y
tortugas, sus planes de gestión de tres de esos LIC dicen que “la longitud de
las redes de trasmallo no puede ser superior a los 2.000 metros por pescador, y
el tiempo de calada -lo que pueden estar en el agua- no debe superar las 48
horas”, explica Marta Carreras, científica marina de Oceana.
En la
práctica, y según datos de Carreras, la mayoría de los pescadores salen en esas
zonas con una media de 5.000 metros de redes de trasmallo por pescador y las
dejan en el agua una media de 60 horas, lo que aumenta notablemente el riesgo
de que una tortuga boba quede atrapada, no pueda salir a respirar a superficie
y muera ahogada.
A juicio de
esta científica marina, esas infracciones implican, sobre todo, un mayor
esfuerzo pesquero y de las administraciones a la hora de hacer cumplir la
normativa, además de una mayor ambición en los planes de gestión de estos LIC,
que desde septiembre de 2012 tienen pendiente su declaración como ZEC (Zona de
Especial Conservación) en el marco de la Red Natura.
Además, Oceana plantea aprovechar
estas zonas Red Natura para “ir más allá”: calar las redes de langosta a unas
longitudes donde no bajan las tortugas, a partir de los 90 o 100 metros, y
utilizar el sistema tradicional de pesca por nasas -una especie de cestas con
forma de cilindro que se va estrechando- que “no representan ningún problema para
esta especie”.
El problema
es que a medida que la sobreexplotación de los recursos pesqueros se ha
agravado, artes de pesca selectivos, como las nasas, han dejando de ser
rentables en lugares como Menorca, donde la langosta representa el 20% de los
ingresos totales de todas las capturas, indica Carreras.
A
consecuencia además de esa sobreexplotación pesquera, los pescadores aumentan
las longitudes y tiempo de calado de las redes, lo que provoca más mortalidad
de peces, que debido al mal estado en el que se encuentran cuando son
levantadas las redes, no se pueden aprovechar para su comercialización.
Pedro Marqué,
el último pescador menorquín que estuvo utilizando las nasas, explica que son
un arte de pesca tan selectivo “que no coge nada que no sea langosta”.
Además, las
langostas se cogen “intactas y vivas”, lo que “permite soltar a las de talla
pequeña”.
Marqué esta
adherido como pescador al movimiento Slow Food que, al igual que organizaciones
como Oceana, Greenpeace o SEO/BirdLife, promueven una pesca tradicional y
selectiva que garantice que para que un pescado llegue a nuestra mesa no ha
sido necesario destruir biodiversidad.
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