El Gran Desierto de
Altar, tumba de inmigrantes en el Estado mexicano de Sonora, acaba de ser
declarado Patrimonio de la Humanidad por su biodiversidad
Resguardado
del sol con una gorra de béisbol, Freddy Luna intenta caminar por el desierto
de Sonora sin hundir las botas en la arena. Hace unos años una adolescente
desapareció cerca de aquí y el mexicano asegura que su sobrina vio su espectro
durante una caminata en familia. “Los niños ven cosas que nosotros no”, dice
convencido de que la aparición fue real y no producto de una insolación.
Lo que rodea
a este lugar es igual de asombroso. El Gran Desierto de Altar, el mayor de
norteamérica, y un conjunto de cráteres y volcanes de los alrededores han sido
declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco por su biodiversidad. Se
considera un lugar único en el mundo. Un paisaje árido y extremo que Freddy,
hombre de pocas palabras, resume en dos: “Terriblemente hermoso”.
Café en mano,
Federico Godínez espera a las 5.30 en punto en la entrada a la reserva. Aun no
ha amanecido. El canoso director de la Biosfera
El Pinacate y Gran Desierto de Altar quiere salir lo antes posible
para que las temperaturas, que alcanzan los 50 grados, no hagan insoportable el
paseo. El día anterior cruzamos un camino rodeado de choyas y sahuaros
(especies de cactus) transitado también por pinacates, unos escarabajos que a
su paso van dejando formas circulares en la arena.
Las dunas se
suceden y después de superar una aparece otra de igual forma, dando la
sensación de que nunca se avanza. La sensación para alguien que esté
desorientado tiene que ser asfixiante. Sus 715.000 hectáreas repartidas entre los
estados mexicanos de Sonora y Baja California, aunque a simple vista no lo
parezcan, albergan la mayor diversidad biológica del mundo en una zona
desértica.
Cuenta con más de mil especies de flora y fauna acostumbradas a un entorno durísimo. Las dunas, cuyas formas las va moldeando el viento, se crearon por las arenas formadas en los sedimentos del Río Colorado, arrastradas hasta aquí por la corrientes provocadas por la separación geológica de la península de Baja California hace 5,3 millones de años.
Cuenta con más de mil especies de flora y fauna acostumbradas a un entorno durísimo. Las dunas, cuyas formas las va moldeando el viento, se crearon por las arenas formadas en los sedimentos del Río Colorado, arrastradas hasta aquí por la corrientes provocadas por la separación geológica de la península de Baja California hace 5,3 millones de años.
La presencia
humana, a excepción de los trabajadores de la reserva, se extinguió hace tiempo
del lugar. El explorador noruego Carl Lumholtz conoció en 1912 a Juan
Carvajales, considerado el último pinacateño mexicano. Su pueblo había
desaparecido casi por completo a mediados del siglo XIX por una fiebre
amarilla. Los Tohono O’odham o Pápagos, los hombres del desierto, habitaban
también aquí pero los pocos que quedan se han establecido al otro de lado de la
frontera y regentan un casino con aire acondicionado.
El entusiasta
director de la reserva fue quien leyó en Camboya el discurso que le valió ser
considerado un lugar único en el mundo. “No hay otro lugar con estas
características”, destaca Godínez. Así lo creyó también la NASA, que envió a los astronautas que
participaron en el programa Apolo a practicar en estos parajes por su similitud
con el suelo lunar. La Unesco cree que su excepcional combinación paisajística
lo convierte en un lugar especialmente interesante para la ciencia, sobre todo
porque la mayoría de su riqueza natural no ha sido estudiada.
Godínez va a
bordo de una camioneta que va haciendo paradas cada poco tiempo. Siempre hay
algo fascinante que ver. Un escudo de roca volcánica con forma de corazón,
flujos de lava petrificada, cráteres volcánicos con diámetros de 600 metros,
cáctus con cientos de años de vida. "Mira qué hermoso", dice mientras
señala el cadáver de una choya, convertida en una extraña naturaleza tumbada en
la tierra. A veces parece que estamos en otro planeta. La lluvia, como la que
cae este día, cambia de repente la apariencia del paisaje y en vez de parecer
un lugar árido se asemeja a uno marciano.
La reserva está recibiendo una
media de 12.000 visitantes anuales pero el director asegura que su equipo está
preparado para multiplicar por 10 esa cifra. Los vestigios arqueológicos se
observan a cada rato. Unos habitantes del lugar de hace 12.000 años diseñaron
con piedras unos geoglifos, lo que parecen unos mensajes en el suelo, que
todavía no han sido descifrados. Esa misma gente formó los senderos de piedra
que unen los lugares de abastecimiento de la sierra con las tinajas, unos pozos
naturales de roca en el que beben los animales. La reserva colocó ahí unas
cámaras y documentó la presencia de jabalíes, gatos monteses, serpientes de
cascabel y coyotes, entre otros muchos.
El municipio
más cercano a la reserva es el de Puerto Peñasco, pueblo muy orgulloso de que
su equipo de béisbol, Los Tiburones, hayan alcanzado la final regional. En
medio de la nada, ante el mar de Cortés, se levantan varios complejos hoteleros
frecuentados por gringos sureños. Se puede pagar en pesos o en dólares. La
noche la iluminan antros como El Changos, con música en directo, y los
luminosos de la cerveza Tecate. Para visitar la reserva, que cuenta con un
museo interactivo, solo hay que madrugar, pagar 50 pesos (3,8 dólares) y
apuntarse en un registro de la entrada.
Tras un
recorrido de 70 kilómetros por paisajes que cambian por completo en apenas unos
cientos de metros (de piedra volcánica a campos repletos de plantas
gobernadoras) se llega al cráter el Elegante, que se abre inmenso a los ojos
del visitante. Está casi al nivel del suelo pero el fondo del cráter es
más profundo que su circunferencia. El borrego cimarrón (una especie amenazada
por la voracidad de los cazadores furtivos) lo trepa con soltura pero los
aventureros se encontrarán con paredes lisas imposibles de sortear sin ayuda de
material de escalada. “Peligro no bajar”, se lee en un cartel de letras
amarillas. El cráter se formó hace 32.000 millones de año y tiene una forma tan
perfecta que parece causado por la colisión de un meteorito.
En el viaje
de vuelta las liebres se asoman al paso de la comitiva de periodistas que la Secretaría de Medio
Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) lleva a conocer el lugar. Un
halcón sobrevuela el cielo encapotado. Antílopes, coyotes, linces y pájaros
carpinteros acostumbrados a este clima extremo se hacen de rogar. El reportero
Juan García Heredia, del periódico El Sol de México, lleva todo el camino con
la cara pegada en la ventanilla tratando de localizar un monstruo de gila, un
lagarto venenoso en peligro de extención. “Su picadura es mortal, no hay
antídoto”, ahonda García. ¡Mejor nos quedamos con esa liebre cuyas largas
orejas fungen como termostato!
¿La reserva
podría estar en peligro si se construye el muro de más de mil kilómetros que el
senado de Estados Unidos aprobó para impedir el paso de los inmigrantes?
"Sin
duda", contesta Godínez. "Hay especies que transitan por ahí, que van
de un latro a otro, como el borrego cimarrón. Ahora mismo hay cerco pero
amigable con la fauna. Un muro de esas características cortaría los corredores
biológicos de muchos mamíferos. Sería peligroso".
El desierto
desde el punto en el que nos encontramos es insalvable. Nos separan 200
kilómetros hasta el norte del río Bravo. Los que cruzan lo hacen desde otras
partes a las que se puede acceder por carretera. Esos caminos están plantados
por botellas de agua dejadas por la Cruz Roja y otras asociaciones que ayudan a
los inmigrantes. Freddy Luna, al que le esperaba al otro lado un coche con las
llaves puestas, cruzó de esa forma. Trabajó un año por allá y con los ahorros
se fue un par de días a Las Vegas, donde lo desplumaron. Sin un dólar en el
bolsillo, volvió a casa. Descubrió entonces que no era ni de aquí ni de allí,
sino que su hogar era este, un inmenso mar de arena “terriblemente hermoso” que
ha engullido a muchos de sus paisanos.
Fuente:
El País
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