El Parque Nacional que
estrena la región es el segundo con mayor biodiversidad, con hasta 365 especies
El macizo de
Peñalara no solo es, con 2.430 metros de altitud, el techo de Madrid y por
extensión del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama que los Príncipes de
Asturias inauguraron a mediados de semana. La flora de alta montaña
que brota por ahí arriba, donde en junio la temperatura puede ser de cero
grados —el viento en lo más tophace que la sensación térmica baje a los 12
grados bajo cero— lo hace en unas condiciones muy particulares.
Tan raras,
tan especiales, que se han contabilizado 365 especies en un entorno tan hermoso
como hostil. Desde las 300 variantes de liquen que un espíritu curioso se puso
un día a contar y contar al azafrán serrano, endémico del centro y oeste de la
península o al narciso nival y su primo hermano, el narciso de roca. Y qué
decir de las armerias, con sus tonos rojizos tan característicos. “Hay tanta
variedad en un espacio tan pequeño, tal cantidad de hábitats diferentes como
consecuencia de los glaciares que hace miles de años hubo en este área. A raíz
de esos glaciares se terminaron formando paredones de roca, canchales, lagunas…
Por eso este es el segundo parque con más variedad de la red nacional después
de Picos de Europa. Realmente es sorprendente toda la biodiversidad que hay,
toda la riqueza que se concentra aquí, en un espacio relativamente tan
pequeño”, explica José Luis Izquierdo, botánico del Parque Nacional.
La
explicación a semejante boom de vida, en la que los anfibios, tan
discretos ellos, son otra de las joyas del ecosistema, también se debe a un
cóctel climático difícil de encontrar: continental, frío, norteño, con un toque
estival-mediterráneo que descolocaría a cualquiera. “A todo eso hay que añadir
los inconvenientes de la sequía estival, al contrario de lo que pasa en los
Pirineos y el sistema Cantábrico, cuya flora encuentra en la sierra madrileña
su límite Sur. Y la prueba constante a las que les someten los vientos
dominantes del Oeste. Las plantas de aquí se deben de volver locas. O se
adaptan o…”, observa un agente forestal.
Armerias
Sabedora de
las dificultades de una adaptación tan extrema, la Comunidad estudia la manera
de explotar turísticamente sin romper la armonía el 15º Parque Nacional, con
una superficie de 33.960 hectáreas de las que 21.714 se encuentran en Madrid y
12.246 en Castilla y León. “Hemos puesto contadores en las sendas del Parque
Nacional para que, en el caso en el que haya un flujo de visitantes que pueda
poner en peligro la conservación, se cerrase esa ruta y se derivase a otros sitios”,
expone el consejero de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio, Borja
Sarasola. “Lo fundamental es garantizar la conservación y, en lo posible,
hacerlo compatible con los turistas y montañeros que por ejemplo suban a
Peñalara. Pero partimos de la condición de que el uso y disfrute jamás puede
derivar en un ataque a la conservación”, asevera. De hecho, la recolecta de
flora está prohibida en la reserva.
La lucha por
la supervivencia hace que no todo sea lo que parece. Peñalara es un lugar es en
el que las apariencias engañan. Unas margaritas, anodinas para unos ojos
profanos, que como mucho pensarían en deshojarlas a la espera de materializar o
no algún sueño, despiertan la emoción de los entendidos. Hasta el punto de que
solo les falta reverenciarlas.
“Son diferentes, totalmente, a las margaritas
que salen en el valle. Se trata de una planta muy rara en este ecosistema”,
cuenta Izquierdo. Lo hace postrado ante un arbustito, leñoso por la base, un
poco aromático, capaz de sobrevivir varios años en la alta montaña. “A lo mejor
a primera vista estas margaritas no son llamativas, de hecho son chiquititas,
pero es que aquí arriba todo es pequeño por las condiciones que tienen que
soportar”, argumenta Izquierdo. Las copas en bandera de los pinos, algunos
retorcidos en nudos gordianos, dan fe de lo salvaje del medio.
Árboles de
cuento aparte, uno de los ecosistemas más especiales de Peñalara son los
pastizales húmedos, las charcas y turberas que se han adueñado de parte del
circo. Varias joyas botánicas han convertido en su hogar un terreno tan duro
para la vida como bello, como un pequeño licopodio (Lycopodiella inundata),
reconocido en peligro de extinción. También hay plantas carnívoras, como la
Drosera rotundifolia, la Pinguicula grandiflora y la Utricularia minor, una
artista de la pesca submarina, en la que captura invertebrados de pequeño
tamaño. “Estas charcas, llenas de plantas acuáticas, son la pata negra del
Parque Nacional”, apostilla el botánico sin admitir discusión.
Margarita
Pese a su
condición de plantas carnívoras, que le confieren cierto aura de peligrosas,
una de las razones por las que está prohibido subir desde Cotos con perros
sueltos es precisamente para que no se coman ninguna planta endémica o
protegida ni se metan en las charcas o lagunas. “Hay canes a los que les encanta
el agua, como los golden retriever, pero siempre tienen que ir atados porque
pueden llevar agentes contaminantes en las patas, peligrosos para los
anfibios”, explica un agente forestal, que recuerda que no hace mucho hasta se
celebraban campeonatos de natación en alguna de las lagunas. Varias parejas
vigilan —las multas son bastante disuasorias— para que nada ni nadie altere las
ya de por sí complejas leyes de una naturaleza que ya no es siempre maltratada.
La
eliminación de las pistas de esquí que se comían buena parte del circo de
Peñalara son otro canto de esperanza. Un gesto de respeto a una montaña curada
de sus heridas. “No se suelen hacer restauraciones de cubierta vegetal, y
nosotros sí lo hemos hecho. Además, todo lo que se ha plantado donde estaban
las pistas de esquí es autóctono, para conservar la pureza genética”, dicen con
orgullo en el centro de interpretación de Cotos.
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