Un documental liderado
por el ecologista y fotógrafo francés Yann Arthus-Bertrand nos descubre los
rincones más alucinantes y hermosos de los mares y nos enseña el peligro al que
están sometidos.
El Museu Marítim de
Barcelona inaugura una exposición con las imágenes de 'Planet Ocean', que podrá
visitarse hasta el próximo 1 de septiembre
Cuando a
finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX la economía de Shanghái
empezó a competir de tú a tú con su vecina Suzhou, la historia dio un giro
decisivo que explica, en parte, los dos siglos posteriores y la actual
supremacía comercial mundial china. En aquella época de exportaciones de
algodón, seda y fertilizantes, la situación geográfica de la primera ciudad
respecto a la segunda colocó a Shanghái en una situación ventajosa. Esta tenía
acceso directo al imponente río Yangtsé, además de a un afluente del mismo como
el Huangpu, lo cual le colocaba en el lugar más estratégico de todos para la
conexión comercial entre China y el exterior, especialmente Occidente, a través
del mar. El puerto de la ciudad creció veloz, más aún tras la primera guerra
del opio entre Reino Unido y China (1839-1842) finiquitada con el Tratado de
Nanjing, que en esencia ofrecía el puerto de Shanghái a un comercio mucho más
aperturista. A partir de entonces, compañías y bancos británicos, franceses,
belgas y japoneses florecieron a lo largo de la orilla del Huangpu. El poderío
colonial se aglutinó en un paseo de apenas dos kilómetros llamado Bund, que hoy
combina su sabor de antaño con el de la explosión económica china de finales
del siglo XX. En la otra orilla, el Pudong asombra con sus rascacielos futuristas.
Shanghái es ahora, gracias
a esa combinación de pasado y presente, una megalópolis de 24 millones de
personas. Una ciudad que, como el 70% de las grandes urbes del planeta, se
asienta junto a la costa. Y es que el ser humano siempre ha sabido que la
salida al mar era sinónimo de beneficio. Sin embargo, la sobreexplotación ha
llevado a los océanos al límite. Sabemos que sus recursos no son infinitos, y
que no los estamos cuidando bien. No curamos la herida, sino al contrario. El
caso de la urbe china es un ejemplo. Su cercanía al agua ha sido vital para su
desarrollo desde hace 200 años, pero a costa de un impacto medioambiental muy
severo. La aplastante contaminación del mar así como la polución del aire que
envuelve en una neblina ocre casi permanente a Shanghái –y en realidad a buena
parte del país– son el precio ambiental a pagar a cambio de esos productos made
in Chinaque todos poseemos. “No creo que haya dos lados, uno con las compañías
que son malas y otro con los consumidores buenos. No es tan sencillo. Todos
juntos somos responsables”, señala Yann Arthus-Bertrand, fotógrafo francés
famoso por sus imágenes aéreas por todo el mundo (La Tierra desde el cielo es
su trabajo más conocido).
En el otro
lado del mundo, en Río de Janeiro (Brasil), justo un día antes del comienzo de
la Conferenciade las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible Río+20,
Arthus-Bertrand aprovechaba hace casi un año para presentar su nueva película, Planeta Océano, un documental financiado por la relojera de
lujo Omega. Durante cerca de dos horas, con un estilo muy Arthus-Bertrand, con
imágenes espectaculares tomadas desde el aire, aunque en este caso también
bajo el agua gracias a otros especialistas, el documental explica la
importancia de la vida en los mares y de señalar los peligros que los acechan.
Desde los microorganismos hasta los arrecifes de coral, desde los peces más
pequeños hasta las ballenas, Planeta Océano señala los equilibrios en
la cadena de la vida, así como los riesgos de alterar esos balances.
Arthus-Bertrand, junto con el director de cine Michael Pitiot, visita los
lugares más bellos de la Tierra, un planeta azul marino cubierto de agua en un
70% de su superficie. Pero también penetran en los focos de contaminación
mundial, en esos puntos donde la acción del hombre ha puesto en jaque, y en
algunos casos destruido, los ecosistemas y la fauna.
Son muy
espectaculares, por ejemplo, las imágenes a vista de helicóptero del puerto de
Shanghái, cerca de 40 kilómetros de línea de costa en los que se agolpan miles
de barcos que tragan y escupen contenedores sin descanso: “Sobrevolar China te
deja boquiabierto por el frenesí que se observa. Cuando solo ves fábricas y más
fábricas desde el aire durante kilómetros, notas esa voracidad por vender…
Cuando sobrevuelas los astilleros donde construyen sin parar buques militares y
barcos mercantes... concluyes que es imposible parar ese ritmo”, detallaba
Arthus-Bertrand. Por nuestros océanos, por cierto, navegan 100.000 barcos.
La idea del
documental nació de la marca suiza Omega, que buscaba patrocinar una película
que mostrara la hermosura de los mares, y que tiene un modelo de reloj llamado,
precisamente, Planet Ocean (planeta océano en español). “Nuestro
legado incluye no solo el primer reloj realmente hermético, sino colaboraciones
muy estrechas con varios de los nombres más importantes de la exploración
oceánica y la ecología. Este proyecto nos dará la oportunidad de recordar a la
gente la belleza de los océanos y de marcar directrices para ser mejores
administradores de esos asombrosos recursos naturales que son fundamentales
para nuestro futuro común”, explicaba Stephen Urquhart, presidente de Omega, un
día después del estreno del documental en Río de Janeiro, en el cine Odeon. Y
así se refleja en el documental. Imágenes magníficas de rincones en Bahamas,
Panamá, Islandia, Chile, Francia, Australia, Indonesia… Una preciosidad
amenazada. Por ejemplo, los arrecifes de coral, que apenas cubren un 0,1% de la
superficie de la Tierra, pero que albergan un 34% de la vida marina, están en
un serio retroceso. Un 20% de ellos han desaparecido por culpa del hombre.
Desde el
aire, la mayor parte de los océanos no se observan sucios. Sin embargo, el agua
de nuestros mares contiene, en mayor o menor medida, partículas casi
imperceptibles de plástico. Es basura triturada por la potencia de las olas,
desperdicios arrojados al agua por los seres humanos y arrastrados por las
corrientes por todo el planeta. Pequeñas partículas que peces y aves comen,
penetrando así en la cadena alimentaria, en la que también nos encontramos
nosotros en última fase. Sí, estamos comiendo el mismo plástico que tiramos
inconscientemente al mar…
La favela de
Rocinha, una de las más grandes de Río de Janeiro, se asienta encajonada entre
dos montañas, no muy lejos del mar, en la zona sur de la ciudad. Ahora “una zona segura”, tras ser “pacificada” a finales del
año pasado por el Batallón de Choque de la Policía Militar. Un mundo
de chabolas e infraviviendas donde residen las personas más humildes de esta
ciudad de casi seis millones de habitantes (según el último censo del Instituto
Brasileño de Geografía y Estadística), que hasta hace no mucho convivían con
algunos de los narcotraficantes más peligrosos de Brasil.
En la parte
baja de la favela, un riachuelo desprende un hedor tremendo, al tiempo que botellas
de plástico y otros residuos navegan hacia un túnel. Son los desperdicios de
Rocinha, tirados por sus habitantes a los que, por la inaccesibilidad de muchas
casas, no llega el servicio de recogida de basuras. Así que algunos, por
pereza, no bajan desde lo más alto del cerro para depositar la porquería en los
puntos establecidos, sino que la arrojan directamente al cauce. Tras el túnel,
el agua aflora en una piscina de contención. Allí, varios operarios retiran
todo el plástico que pueden. Pero el agua sucia, junto con alguna que otra
botella que se les escapa, consigue saltar este filtro y sigue su curso hasta
desembocar en el mar muy cerca de la playa de São Conrado, justo en una zona
donde muchos surfistas practican su deporte. En un agua contaminada con niveles
entre 50 y 100 veces superiores a los recomendables. El chorro marrón es
perceptible desde la carretera de la costa. Un ejemplo gráfico, en primera
persona, de lo que Arthus-Bertrand y su documental denuncian en Planeta
Océano.
“La belleza
del mundo me ha cambiado la vida. Creo que vivimos en un lugar alucinante. Pero
está en peligro. Y lo que no podemos hacer es seguir negando los hechos. Mucha
gente no quiere creer o no quiere ver el daño que estamos haciendo. El mundo en
el que vivimos es increíble. Cuando yo nací éramos 2.000 millones de personas.
Ahora somos 7.000 millones. Es un crecimiento abrumador. Deberíamos ser
conscientes de nuestro impacto sobre el planeta. El de una sola persona. Es
enorme. Yo mismo he venido a Río de Janeiro en avión…”, reflexionaba
Arthus-Bertrand, que incidía en la responsabilidad individual de todos. Por
cierto que 3.000 millones de personas dependen, directa o indirectamente, de
los recursos del mar, mucha gente como para no prestar atención a Planeta
Océano. Según Arthus-Bertrand, no se trata de culpar a las empresas o a países
altamente industrializados como China, sino a pensar en nuestras
responsabilidades como individuos. Ni siquiera se trata de culpar a los
políticos: “Tenemos los que nos merecemos”. La cumbre Río+20 fue saldada, dicho
sea de paso, “con un documento de mínimos que no hurga en las sensibilidades de
nadie y que ciertamente no servirá de revulsivo para que la comunidad
internacional reaccione con vigor ante el deterioro natural del planeta”, según
explicaba Francho Barón, corresponsal de EL PAÍS en Río de Janeiro, tras la
clausura. La herida sigue abierta.
“Vivimos en
una completa negación de los hechos. Creo que mucha gente o no sabe lo que está
sucediendo en nuestros mares o no quiere creer la gravedad de los problemas”,
aseguraba Arthus-Bertrand. El fotógrafo, que, sin embargo, reconoce que la
gente está mejor informada que hace años, pretende que su documental sirva para
educar a los más jóvenes. De hecho, la película, que en principio no será
proyectada de manera comercial en cines, podría acabar en manos de colegios de
medio mundo. “No sabemos todavía el uso exacto que daremos al documental. Lo
daremos gratis para que la gente conozca los problemas que le rodean”,
explicaba Urquhart, presidente de Omega, que añadía: “Creemos que la película
también es positiva, aunque hable de la contaminación y la sobrepesca”.
Todavía
estamos a tiempo. Para ello, el documental pide “una administración
internacional de los océanos” (porque el 70% de los mismos están fuera de la
ley, las llamadas aguas internacionales, que son de todos y de nadie al mismo
tiempo), “un control eficaz de las cuotas de pesca” (un 80% de las especies
comerciales están sobreexplotadas), “no subvencionar la pesca industrial” (de
los 90 millones de toneladas capturadas cada año en el mundo, la mitad se la
lleva solo el 1% de los barcos) o proteger el 20% del océano (en 2012, solo el
1% del mar está considerado reserva natural). “Siempre he sido un ecologista
libre. Estoy muy agradecido a Omega por su colaboración. Creo que igual la
compañía se ha asustado un poco con todas esas recomendaciones que se dan al
final de la película, porque igual le suenan demasiado políticas… pero ya se lo
dije al presidente, a Stephen Urquhart, que debería estar orgulloso del
mensaje, porque lo que contamos es la verdad de nuestros océanos”.
La exposición
de las imágenes de 'Planet Ocean' se puede ver en el Museu Marítim de Barcelona
hasta el próximo 1 de septiembre:
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