Josep
del Hoyo lleva 37 años de su vida dedicados a la observación de
aves. Ha recorrido 111 países persiguiendo el rastro de los más
extraños ejemplares
Referencia
mundial en la materia, ha recibido este año el premio SGE de
investigación de la Sociedad Geográfica Española. Nos fuimos con
él a ver… pájaros.
Josep
del Hoyo es un hombre con pájaros en la cabeza. Pájaros, pájaros,
pájaros, miles de pájaros. Se lo dijeron públicamente el pasado
mes de febrero, cuando le entregaron el premio de investigación de
la Sociedad Geográfica Española, en Madrid, y no hay más que darse
un paseo con él por la ciudad, o por el campo, para comprobarlo. Se
diría que tiene desarrollada una suerte de antena virtual que le
hace conectar automáticamente con las aves en cuanto alguna
sobrevuela su testa.
–¡Cuidado!
–exclama.
El
mundo, de pronto, se detiene para Del Hoyo. Por un instante se podría
pensar que nos acechara algún peligro por estos caminos que
recorremos en esta nublada mañana del mes de abril, en pleno delta
del Llobregat, a las afueras de Barcelona, muy cerca del aeropuerto
del Prat. Pero no, no hay peligro. Simplemente, ha cantado un pájaro
raro de ver y poco importa lo demás, el mundo se para.
Del
Hoyo se curva ligeramente. Aguza el oído.
–Es
una tarabilla.
Silencioso
y atento, el ornitólogo y editor se desplaza lentamente,
sigilosamente, midiendo sus pasos. Lleva una mochila de camuflaje a
la espalda; el pesado trípode de su cámara de vídeo, apoyado en
sus hombros; un par de prismáticos cuelgan de su cuello. Su mirada
busca entre los juncos a ver si aparece por algún lado ese pequeño
pájaro de pecho anaranjado y vuelo veloz que hace chac-chac, su
característico sonido. Ni rastro de la tarabilla.
Escuchar
a las aves es fácil; verlas, no tanto.
Y
eso que estamos con un hombre que, a sus 60 años, ha visto 7.910
especies distintas de aves (de las más de 10.000 que existen). Un
estudioso que, en buena lógica, tendría que haber nacido en Reino
Unido, meca de los birdwatchers, de los observadores de aves, lugar
del mundo donde el ornitólogo es más que reverenciado. Pero Del
Hoyo nació en Barcelona y se crio en el barrio del Guinardó, cerca
del hospital de San Pablo, en el seno de una familia de clase media.
Su temeraria e iluminada apuesta editorial, el Handbook of the Birds
of the World (HBW), primer manual que ilustra todas las especies del
mundo, le ha convertido en una autoridad a escala internacional.
“Cualquier
ornitólogo serio del mundo le conoce y le respeta”, afirma sin
dudarlo, en conversación telefónica desde Londres, Robert
Prys-Jones, responsable de las colecciones de aves del Museo de
Historia Natural (NHM) de Tring (a 48 kilómetros de Londres), una de
las dos catedrales de la ornitología –junto al American Museum of
Natural History de Nueva York–; un espacio al que Del Hoyo ha
acudido más de quince de veces para llevar a cabo su titánico
trabajo de investigación, el que le ha convertido en referencia
mundial, la mayor enciclopedia de aves que existe en el mundo,
empresa que acometió en el año 1989, esa por la que le miraron como
si fuera un lunático, su gran hazaña, su gran legado.
“Cualquier
ornitólogo del mundo le conoce y le respeta”, dice Robert
Prys-Jones, del Museo de Historia Natural de Tring, ‘catedral’ de
las aves
Viendo
los 17 volúmenes que conforman el HBW alineados sobre la librería
de su despacho, uno toma conciencia de la magnitud del trabajo. Más
de 1.000 fotógrafos, 300 autores y 40 artistas han contribuido a
construir esta magna obra de la que él ha sido el impulsor. Del
Hoyo, de hecho, enfatiza el carácter colectivo del proyecto.
Dotado
de magníficas ilustraciones que representan a las aves y de mapas,
el Handbook recoge las distintas nomenclaturas de las aves,
descripción de familia, estado de conservación, bibliografía
científica asociada… “Nació de su obsesión de coleccionista”,
relata Jordi Sargatal, ornitólogo, compañero de largos viajes y uno
de los dos socios (el tercero es Ramón Mascort) que Del Hoyo tiene
en la editorial Lynx, el brazo ejecutor de su gran sueño.
Los
británicos reaccionaron con escepticismo cuando, recién arrancados
los años noventa, oyeron que había un español bastante desconocido
que se aprestaba a presentar un proyecto que parecía, sencillamente,
imposible: un tratado que recogiera de forma rigurosa todas las
especies de aves que hay en el mundo. Del primer volumen, publicado
en 1992 y dedicado a especies bien conocidas como patos y cigüeñas,
se vendieron 3.000 copias.
Nadie
se había atrevido a embarcarse por aquel entonces en una obra de
tamaña ambición. Existía el Birds of the Western Palearctic, que
recogía a las aves del norte de África y Europa, sí, pero nada
como lo que pretendía Del Hoyo. Las reseñas hicieron que el segundo
volumen, dedicado, entre otras, a las aves de presa, triplicara las
ventas hasta los 9.000 ejemplares. Veinticinco años más tarde, el
HBW ha facturado más de 240.000 volúmenes.
Lynx
Edicions, ubicada en Bellaterra (Cerdanyola del Vallès), está
enclavada en medio de un frondoso jardín. Hay 13 higueras, dos
cerezos, un albaricoque y un kaki para atraer pájaros. Las vistas
del despacho de Del Hoyo no pueden ser más verdes. El ornitólogo
catalán se sienta frente a su ordenador. Busca en su propia página
web un vídeo; el de una de las más de 5.000 especies que ha filmado
a lo largo de todos estos años, algo insólito –“que se sepa,
nadie ha hecho algo así”, dice, modesto–; una fiebre que empezó
en 1998 y se desató a partir de 2002. Hasta entonces hacía fotos.
En
pantalla, sobre la copa de un árbol, un pájaro de pico curvado y
patas naranjas sobre una rama. Este es tan solo uno de los 26.974
clips que ha subido a su web. “Es una grabación super emotiva”,
avisa.
Está
amaneciendo en la selva. Es el llamado dawn chorus, el coro del
amanecer, el momento en que los pájaros despiertan y empiezan a
cantar. Sobre una rama, majestuoso, un ibis gigante (Pseudibis
gigantea), ave de casi un metro de altura, especie que ocupa el
número uno en la lista de las 100 aves más singulares y amenazadas
del planeta según la Sociedad Zoológica de Londres.
En
el delta del Llobregat, los cantos de los pájaros se mezclan con el
ruido de los aviones que aterrizan en el aeropuerto del Prat.
Del
Hoyo recuerda perfectamente el momento en que captó esta imagen
histórica. Fue el 7 de marzo de 2011. Ya en los noventa, el ibis
gigante estaba considerado como una especie probablemente extinguida.
Y allí estaba, en aquella mañana brumosa al norte de Camboya, un
majestuoso ibis gigante posando para él.
Viajó
al país asiático acompañado de su amigo y socio Sargatal. Recuerda
que ese día se levantaron a las tres de la madrugada para llegar a
la selva antes del amanecer. A las cuatro estaban frente a un árbol,
apostados, atentos.
Estuvieron
dos horas quietos. Esperando el momento. Con las primeras luces,
Josep del Hoyo comenzó a grabar. Y ahí estaba el ibis. El ave
emitió su característico canto, que, más que canto, parece un
rugido. “Cuando tomé esta imagen, mi corazón estaba
taquicárdico”.
Del
Hoyo ha recorrido medio mundo buscando pájaros. Un gigantesco
mapamundi perforado con chinchetas, ubicado en la segunda planta del
sello editorial, da fe de ello. Las chinchetas de color azul son las
de los viajes de los años setenta-ochenta; las de color rojo, de los
noventa; amarillo para los 2000; naranja para la presente década. En
total ha visitado 111 países.
Emplea
unos tres meses al año, de media, a viajar; incluido el de
vacaciones, que siempre dedica a ir a ver pájaros –durante años,
acompañado de su mujer y sus dos hijas –. “Ya que vivo de los
pájaros, tendré que ver dónde viven ellos”, bromea. “Los
pájaros son el escaparate de la naturaleza”.
Su
periplo vital-profesional está plagado de aventuras y momentos
emocionantes. El viaje de agosto de 2004 a la selva en Perú, cuando
fueron a observar la tangara golinaranja, y su expedición se vio
rodeada por 15 guerreros en la reserva indígena de los indios
araguaya; o el que hicieron a México a principios de los noventa,
para ver a la coqueta de Guerrero, y 20 tipos subidos a una tanqueta,
como en las películas de Pancho Villa, les obligaron a bajarse del
coche a la salida de una curva. Situaciones ambas que fueron
superadas dialogando y siguiendo consejos de las poblaciones locales.
En
algunos casos, los viajes dejaron cicatrices. Una de ellas corona el
dedo meñique de su mano derecha. Corresponde a aquel periplo por la
Papúa Occidental que realizó en 2008, también junto a su socio
Sargatal. “Uno de los más duros que hemos hecho”, recuerda su
amigo. Estuvieron allá 30 días, subiendo y bajando valles. Tan solo
durmieron en una cama tres o cuatro noches.
Un
día, perdidos en el corazón de Nueva Guinea, cuando acababan de
hacerse una foto con unos nativos ataviados con camisetas del Real
Madrid, bajaban por una cuesta empinada, por una ladera, en una zona
de rocas verticales, cuando, de pronto, Del Hoyo estuvo a punto de
caer por un barranco. Su amigo Jordi, de manera instintiva, le agarró
por los dedos.
–¡Me
has roto los dedos! –exclamó Del Hoyo.
–¡Sí,
pero te he salvado la vida! –respondió Sargatal.
No
se atrevió a ponerse en las manos de un chamán –“me hubiera
estirado los dedos a lo bestia”, estima Del Hoyo– y
transcurrieron cuatro días hasta que lo atendieron. Ruptura con
luxación completa.
Habían
acudido a Papúa Occidental para observar a los pájaros más bellos
del planeta: las aves del paraíso; familia cuyo proceso evolutivo en
un ambiente con alimento ilimitado y sin enemigos ha conducido a
cotas impensables de belleza.
Los
machos aves del paraíso se dedican a desplegar sus bellas alas y
otras plumas ornamentales en el cortejo; se cuelgan de las ramas boca
abajo y abren su plumaje espectacular. “La vida de los machos está
centrada en exhibirse”, explica. Existen 45 especies en el planeta.
Dos en Molucas del Norte, dos en Australia y el resto en Nueva
Guinea. En el siglo XVII predominaba la creencia de que estos
animales vivían en el cielo y, cuando morían, caían sobre la
tierra directamente desde el paraíso.
“Josep
es el ornitólogo con más conocimientos del mundo”, se aventura a
decir su socio, Sargatal, “es una guía ambulante, se acuerda de
todos los nombres, de las especies. Es muy obsesivo, sobre todo
filmando. Ya puede llover, nevar, que ahí está él, todo el rato,
con su cámara, dispuesto a filmar lo que pille”.
Josep
del Hoyo planta su cámara de vídeo, una Panasonic GH4, en medio del
observatorio ubicado en la maresma Remolar Filipines. Hoy toca día
de observación y estamos en pleno delta del Llobregat. Ataviado con
su forro polar gris, su pantalón de aventura marrón y sus náuticos,
también marrones, lleva el kit de observación completo: los
prismáticos, la guía de campo, la libreta para apuntar y la cámara
de vídeo. En medio del humedal, tarros blancos, ánsares comunes,
flamencos y ánades azulones comen y duermen ajenos a la presencia de
siete aficionados a la fotografía apostados en esta cabaña de
madera. Todos ellos, hombres de más de 50 y 60 años, cámara al
cuello. “También existen bastantes subespecies de observadores:
fotógrafos y pajareros”, dice con media sonrisa Del Hoyo.
“Pelea,
pelea”, avisa uno de ellos. Los siete se movilizan, empuñan la
cámara, enfocan. Pero la trifulca es poca trifulca, todo vuelve a su
curso. Tranquilidad, paz, ligera bruma, cielo nublado. Los cantos de
las aves se funden con el lejano rugido de los aviones que aterrizan
en El Prat.
De
pronto aparece en la charca un pájaro de pico largo, tonos pardos y
plumas verdes. “¡Morito, morito!”, exclama Del Hoyo, y señala a
lo lejos, a la derecha. Su cara se ilumina, amplia sonrisa. El morito
común era muy raro de ver cuando él era joven, su aparición sigue
siendo un acontecimiento, conserva su pasión intacta.
Ha
filmado a más de 5.000 especies con su cámara de vídeo. Emplea
tres meses al año a viajar; incluido el de vacaciones, que siempre
dedica a ver pájaros
“Hace
20 años éramos capaces de tirarnos de un coche en marcha si veíamos
a un morito”, explica Jordi Sargatal. “Nos queda el gen de
tirarnos del coche en marcha, mantenemos el instinto”.
Ese
instinto, esa pasión de la que habla su socio, es la que llevó a
Del Hoyo a abordar un proyecto tan ambicioso como el Handbook a la
vuelta de un viaje a África: al regresar a España, año 1981, buscó
un catálogo de aves. Para su sorpresa, nadie lo había hecho. “Lo
hago yo”, se dijo.
Su
obra ha cobrado en estos últimos años una nueva dimensión al
trasladarse al mundo digital: 3.494 personas están registradas en
HBW Alive y suben, desinteresadamente, vídeos a la plataforma. En
Lynx, donde trabajan 20 personas, se supervisa el material.
Además,
en estos días están embarcados en la edición del segundo tomo del
Illustrated Checklist of the Birds of the World (Lista ilustrada de
las aves del mundo), obra en la que actualiza el Handbook con los
avances taxonómicos que se han producido en los últimos 15 años:
hay 462 subespecies de la obra madre que ya son consideradas
especies.
“Pero
yo no he descrito ni una sola especie”, se apresura a aclarar Del
Hoyo. Es decir, él es un observador, un clasificador de la
información, un ornitólogo, una referencia mundial. Pero no es un
científico. Eso sí, ha ayudado a poner nombre en español a cerca
de 10.000 especies, como miembro de un comité creado en 1991 junto a
la Sociedad Española de Ornitología. Muchas de sus propuestas de
nombre –más de un 80% tal vez, señala– salieron adelante.
Viaje
a viaje, avistamiento a avistamiento, el tiempo ha ido transcurriendo
y el conocimiento enciclopédico de Del Hoyo no ha hecho otra cosa
que crecer. En paralelo, ha ido aumentando el reconocimiento a la
labor de este loco entusiasta de las aves, melómano y gran
aficionado a la poesía. Existe incluso una subespecie de busardo
blanco bautizada con su apellido por el taxónomo alemán Norbert
Bähr: el Buteo albicollis delhoyoi.
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