Encuentran
un insecto atrapado en ámbar con polen de plantas adherido a su
cuerpo.
Hace
unos 105 millones de años, en lo que ahora es Cantabria, una mosca
de la especie Buccinatormyia magnifica, ya extinta, se acercó en
vuelo batido a una planta, permaneció detenida en el aire delante de
ella como un colibrí y le introdujo su larga trompa para libar el
néctar que se le ofrecía. A cambio del regalo, la planta dejó su
polen adherido a la mosca que partió llevándoselo con ella en busca
de otras plantas a las que fecundar y en las que alimentarse. En
algún momento de su trasiego por los bosques de coníferas, como
pinos o abetos, que cubrían el planeta en aquel tiempo, la mosca
quedó atrapada en resina con todo su cargamento. La resina se
fosilizó convirtiéndose en ámbar y como una máquina del tiempo
transportó hasta el presente al desdichado insecto. Aquí, en el
yacimiento cántabro de El Soplao, entre muchos trozos de ámbar, lo
encontró hace dos años y medio un grupo de investigadores. Hoy, en
la revista Current Biology, cuentan su historia.
La
historia de la mosca es, además de la suya propia, la de los bosques
en que vivía. “Ahora, las plantas que dominan son las
angiospermas, plantas con flores, como las que podemos encontrar en
los trópicos”, explica Enrique Peñalver, investigador del
Instituto Geológico Minero de España (IGME) y autor principal del
estudio. “El momento en que vivió esta mosca dominaban plantas
gimnospermas, como las que podemos encontrar en los bosques del norte
de Siberia, pero aquel fue un periodo de inflexión”, continúa. El
cambio aún tardaría millones de años en completarse, pero la
revolución que cambió los ecosistemas del planeta ya se había
iniciado en aquel periodo.
La
mosca de nuestro relato fue, probablemente, una víctima de aquella
revolución. En su labor de polinización hacía un gran equipo con
las bennettitales, un tipo de plantas ya extinto. “El cambio que se
produjo en aquella época debió tener efectos profundos en la
dinámica de los bosques y posiblemente en la de la fauna”, apunta
Peñalver. “Si esas moscas estaban muy especializadas en el néctar
de este tipo de gimnospermas, que desaparecieron al final del
Mesozoico, es posible que desapareciesen con ellas”, concluye.
Al
enigma de la aparición de las plantas con flores, Charles Darwin, el
padre de la teoría de la evolución, se refería como el “misterio
abominable”. Su resolución puede encontrarse en objetos casi tan
misteriosos, como las trampas de ámbar de El Soplao.
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