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jueves, 20 de octubre de 2011

Planeta al horno

A principio de los 90, los ciudadanos chinos emitían 2,2 toneladas de gases de efecto invernadero. En 2011, el gigante asiático ha conseguido triplicar las emisiones hasta llegar a 6,8 toneladas por ciudadano. Es el precio que el medioambiente paga por el crecimiento y la hiperindustrialización del país asiático, al que se conoce como la fábrica del mundo.

Está previsto que, para el año 2027, China alcance a Estados Unidos en esta descabellada carrera. A día de hoy, según los expertos, cada ciudadano estadounidense produce 16,9 toneladas.

Las emisiones de gases de efecto invernadero no remiten. Los acuerdos de Kyoto ni se cumplen ni se respetan. Desde 1990, las emisiones mundiales han aumentado un 45%. Y los países más contaminantes, como Estados Unidos y China, no tienen previsto en sus agendas darle un respiro al planeta.

El calentamiento se debe a que estos gases actúan como una tapadera sobre el planeta e impiden que el calor salga hacia el exterior. Algo así como cocinar el planeta al horno. Algunas de las consecuencias de estos cambios ya son irreversibles. Otros todavía se pueden solucionar, aunque falta voluntad política.

El cambio climático es la segunda preocupación de los europeos, según el Eurobarómetro, sólo por debajo del hambre y la falta de agua. Esta preocupación ciudadana se ve reflejada en la tesis del Parlamento Europeo, al hilo de unos estudios de la Agencia Europea del Medio Ambiente. Sostienen que la Unión Europea (UE) puede llegar a cumplir los acuerdos de Kyoto, a pesar de que la media de emisiones de gases de efecto invernadero sea de 8,1 toneladas por ciudadano.

Pero la emisión de CO2 no es sólo un asunto europeo, que sólo emite un 12% del total, sino que implica a todos los países del mundo, sobre todo a los llamados emergentes, ya que su necesidad de crecimiento conlleva un alto consumo de materias primas –sobre todo carbón. Para poder sostener ese nivel, las emisiones crecen proporcionalmente a su capacidad de producción. Lo interesante sería desvincular el progreso de los países de la contaminación y emisión de gases. Pero eso requiere tiempo y grandes inversiones en plena crisis y con las “exigencias” a los gobiernos de reducir el gasto público. Lo que menos les importa ahora mismo es de qué manera se crece, sino cuánto hace falta crecer para salir del infierno de las tres D’s: deuda, déficit y desempleo.

“Los países desarrollados viven una estabilización o incluso una reducción de emisiones por la crisis. Hay parte que se traslada hacia países en desarrollo, al llevar allí la producción de algunos productos que consumen mucha energía”, declaraba a El País, Pedro Linares, Profesor de la Universidad Pontifica de Comillas. Lo que confirma que es una responsabilidad global. Lo que unos países fabrican, otros lo consumen. En este caso: ¿quién es Europa o Estados Unidos para decirle a China, Brasil o India que no pueden emitir gases que ellos sí están emitiendo, cuando uno de ellos ni siquiera firmó el Protocolo de Kyoto y, además, distribuye en sus mercados los productos que se fabrican en los países emergentes?

El próximo noviembre se celebra la Conferencia de Durban, donde 190 países intentarán ponerse de acuerdo en un problema que afecta a todos. Difícil tarea, pero es el sino de la globalización. De entrada se sabe que los grandes emisores de CO2 no están dispuestos a hacer concesiones. Anteponen sus intereses nacionales al bien común.

El profesor de la Universidad de Columbia y Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, sostiene que son los estados los que “tienen que promover las políticas de ahorro energético”. Un paso imprescindible para reducir las emisiones de gases, pero detrás hay todo un sistema económico, político, social, cultural… que está basado en el crecimiento infinito y el consumo, y que habría que cambiar. ¿Están dispuestos la sociedad, los políticos y la industria a intentarlo? Mientras tanto el planeta espera a pecho descubierto.
Autor:
David García Martín


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