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domingo, 12 de julio de 2015

REPORTAJE: El rey de los pájaros

Josep del Hoyo lleva 37 años de su vida dedicados a la observación de aves. Ha recorrido 111 países persiguiendo el rastro de los más extraños ejemplares

Referencia mundial en la materia, ha recibido este año el premio SGE de investigación de la Sociedad Geográfica Española. Nos fuimos con él a ver… pájaros.

Josep del Hoyo es un hombre con pájaros en la cabeza. Pájaros, pájaros, pájaros, miles de pájaros. Se lo dijeron públicamente el pasado mes de febrero, cuando le entregaron el premio de investigación de la Sociedad Geográfica Española, en Madrid, y no hay más que darse un paseo con él por la ciudad, o por el campo, para comprobarlo. Se diría que tiene desarrollada una suerte de antena virtual que le hace conectar automáticamente con las aves en cuanto alguna sobrevuela su testa.

¡Cuidado! –exclama.

El mundo, de pronto, se detiene para Del Hoyo. Por un instante se podría pensar que nos acechara algún peligro por estos caminos que recorremos en esta nublada mañana del mes de abril, en pleno delta del Llobregat, a las afueras de Barcelona, muy cerca del aeropuerto del Prat. Pero no, no hay peligro. Simplemente, ha cantado un pájaro raro de ver y poco importa lo demás, el mundo se para.

Del Hoyo se curva ligeramente. Aguza el oído.
Es una tarabilla.

Silencioso y atento, el ornitólogo y editor se desplaza lentamente, sigilosamente, midiendo sus pasos. Lleva una mochila de camuflaje a la espalda; el pesado trípode de su cámara de vídeo, apoyado en sus hombros; un par de prismáticos cuelgan de su cuello. Su mirada busca entre los juncos a ver si aparece por algún lado ese pequeño pájaro de pecho anaranjado y vuelo veloz que hace chac-chac, su característico sonido. Ni rastro de la tarabilla.

Escuchar a las aves es fácil; verlas, no tanto.

Y eso que estamos con un hombre que, a sus 60 años, ha visto 7.910 especies distintas de aves (de las más de 10.000 que existen). Un estudioso que, en buena lógica, tendría que haber nacido en Reino Unido, meca de los birdwatchers, de los observadores de aves, lugar del mundo donde el ornitólogo es más que reverenciado. Pero Del Hoyo nació en Barcelona y se crio en el barrio del Guinardó, cerca del hospital de San Pablo, en el seno de una familia de clase media. Su temeraria e iluminada apuesta editorial, el Handbook of the Birds of the World (HBW), primer manual que ilustra todas las especies del mundo, le ha convertido en una autoridad a escala internacional.

Cualquier ornitólogo serio del mundo le conoce y le respeta”, afirma sin dudarlo, en conversación telefónica desde Londres, Robert Prys-Jones, responsable de las colecciones de aves del Museo de Historia Natural (NHM) de Tring (a 48 kilómetros de Londres), una de las dos catedrales de la ornitología –junto al American Museum of Natural History de Nueva York–; un espacio al que Del Hoyo ha acudido más de quince de veces para llevar a cabo su titánico trabajo de investigación, el que le ha convertido en referencia mundial, la mayor enciclopedia de aves que existe en el mundo, empresa que acometió en el año 1989, esa por la que le miraron como si fuera un lunático, su gran hazaña, su gran legado.

Cualquier ornitólogo del mundo le conoce y le respeta”, dice Robert Prys-Jones, del Museo de Historia Natural de Tring, ‘catedral’ de las aves

Viendo los 17 volúmenes que conforman el HBW alineados sobre la librería de su despacho, uno toma conciencia de la magnitud del trabajo. Más de 1.000 fotógrafos, 300 autores y 40 artistas han contribuido a construir esta magna obra de la que él ha sido el impulsor. Del Hoyo, de hecho, enfatiza el carácter colectivo del proyecto.

Dotado de magníficas ilustraciones que representan a las aves y de mapas, el Handbook recoge las distintas nomenclaturas de las aves, descripción de familia, estado de conservación, bibliografía científica asociada… “Nació de su obsesión de coleccionista”, relata Jordi Sargatal, ornitólogo, compañero de largos viajes y uno de los dos socios (el tercero es Ramón Mascort) que Del Hoyo tiene en la editorial Lynx, el brazo ejecutor de su gran sueño.

Los británicos reaccionaron con escepticismo cuando, recién arrancados los años noventa, oyeron que había un español bastante desconocido que se aprestaba a presentar un proyecto que parecía, sencillamente, imposible: un tratado que recogiera de forma rigurosa todas las especies de aves que hay en el mundo. Del primer volumen, publicado en 1992 y dedicado a especies bien conocidas como patos y cigüeñas, se vendieron 3.000 copias.

Nadie se había atrevido a embarcarse por aquel entonces en una obra de tamaña ambición. Existía el Birds of the Western Palearctic, que recogía a las aves del norte de África y Europa, sí, pero nada como lo que pretendía Del Hoyo. Las reseñas hicieron que el segundo volumen, dedicado, entre otras, a las aves de presa, triplicara las ventas hasta los 9.000 ejemplares. Veinticinco años más tarde, el HBW ha facturado más de 240.000 volúmenes.

Lynx Edicions, ubicada en Bellaterra (Cerdanyola del Vallès), está enclavada en medio de un frondoso jardín. Hay 13 higueras, dos cerezos, un albaricoque y un kaki para atraer pájaros. Las vistas del despacho de Del Hoyo no pueden ser más verdes. El ornitólogo catalán se sienta frente a su ordenador. Busca en su propia página web un vídeo; el de una de las más de 5.000 especies que ha filmado a lo largo de todos estos años, algo insólito –“que se sepa, nadie ha hecho algo así”, dice, modesto–; una fiebre que empezó en 1998 y se desató a partir de 2002. Hasta entonces hacía fotos.

En pantalla, sobre la copa de un árbol, un pájaro de pico curvado y patas naranjas sobre una rama. Este es tan solo uno de los 26.974 clips que ha subido a su web. “Es una grabación super emotiva”, avisa.

Está amaneciendo en la selva. Es el llamado dawn chorus, el coro del amanecer, el momento en que los pájaros despiertan y empiezan a cantar. Sobre una rama, majestuoso, un ibis gigante (Pseudibis gigantea), ave de casi un metro de altura, especie que ocupa el número uno en la lista de las 100 aves más singulares y amenazadas del planeta según la Sociedad Zoológica de Londres.

En el delta del Llobregat, los cantos de los pájaros se mezclan con el ruido de los aviones que aterrizan en el aeropuerto del Prat.

Del Hoyo recuerda perfectamente el momento en que captó esta imagen histórica. Fue el 7 de marzo de 2011. Ya en los noventa, el ibis gigante estaba considerado como una especie probablemente extinguida. Y allí estaba, en aquella mañana brumosa al norte de Camboya, un majestuoso ibis gigante posando para él.

Viajó al país asiático acompañado de su amigo y socio Sargatal. Recuerda que ese día se levantaron a las tres de la madrugada para llegar a la selva antes del amanecer. A las cuatro estaban frente a un árbol, apostados, atentos.

Estuvieron dos horas quietos. Esperando el momento. Con las primeras luces, Josep del Hoyo comenzó a grabar. Y ahí estaba el ibis. El ave emitió su característico canto, que, más que canto, parece un rugido. “Cuando tomé esta imagen, mi corazón estaba taquicárdico”.

Del Hoyo ha recorrido medio mundo buscando pájaros. Un gigantesco mapamundi perforado con chinchetas, ubicado en la segunda planta del sello editorial, da fe de ello. Las chinchetas de color azul son las de los viajes de los años setenta-ochenta; las de color rojo, de los noventa; amarillo para los 2000; naranja para la presente década. En total ha visitado 111 países.

Emplea unos tres meses al año, de media, a viajar; incluido el de vacaciones, que siempre dedica a ir a ver pájaros –durante años, acompañado de su mujer y sus dos hijas –. “Ya que vivo de los pájaros, tendré que ver dónde viven ellos”, bromea. “Los pájaros son el escaparate de la naturaleza”.

Su periplo vital-profesional está plagado de aventuras y momentos emocionantes. El viaje de agosto de 2004 a la selva en Perú, cuando fueron a observar la tangara golinaranja, y su expedición se vio rodeada por 15 guerreros en la reserva indígena de los indios araguaya; o el que hicieron a México a principios de los noventa, para ver a la coqueta de Guerrero, y 20 tipos subidos a una tanqueta, como en las películas de Pancho Villa, les obligaron a bajarse del coche a la salida de una curva. Situaciones ambas que fueron superadas dialogando y siguiendo consejos de las poblaciones locales.

En algunos casos, los viajes dejaron cicatrices. Una de ellas corona el dedo meñique de su mano derecha. Corresponde a aquel periplo por la Papúa Occidental que realizó en 2008, también junto a su socio Sargatal. “Uno de los más duros que hemos hecho”, recuerda su amigo. Estuvieron allá 30 días, subiendo y bajando valles. Tan solo durmieron en una cama tres o cuatro noches.

Un día, perdidos en el corazón de Nueva Guinea, cuando acababan de hacerse una foto con unos nativos ataviados con camisetas del Real Madrid, bajaban por una cuesta empinada, por una ladera, en una zona de rocas verticales, cuando, de pronto, Del Hoyo estuvo a punto de caer por un barranco. Su amigo Jordi, de manera instintiva, le agarró por los dedos.

¡Me has roto los dedos! –exclamó Del Hoyo.
¡Sí, pero te he salvado la vida! –respondió Sargatal.

No se atrevió a ponerse en las manos de un chamán –“me hubiera estirado los dedos a lo bestia”, estima Del Hoyo– y transcurrieron cuatro días hasta que lo atendieron. Ruptura con luxación completa.

Habían acudido a Papúa Occidental para observar a los pájaros más bellos del planeta: las aves del paraíso; familia cuyo proceso evolutivo en un ambiente con alimento ilimitado y sin enemigos ha conducido a cotas impensables de belleza.

Los machos aves del paraíso se dedican a desplegar sus bellas alas y otras plumas ornamentales en el cortejo; se cuelgan de las ramas boca abajo y abren su plumaje espectacular. “La vida de los machos está centrada en exhibirse”, explica. Existen 45 especies en el planeta. Dos en Molucas del Norte, dos en Australia y el resto en Nueva Guinea. En el siglo XVII predominaba la creencia de que estos animales vivían en el cielo y, cuando morían, caían sobre la tierra directamente desde el paraíso.

Josep es el ornitólogo con más conocimientos del mundo”, se aventura a decir su socio, Sargatal, “es una guía ambulante, se acuerda de todos los nombres, de las especies. Es muy obsesivo, sobre todo filmando. Ya puede llover, nevar, que ahí está él, todo el rato, con su cámara, dispuesto a filmar lo que pille”.

Josep del Hoyo planta su cámara de vídeo, una Panasonic GH4, en medio del observatorio ubicado en la maresma Remolar Filipines. Hoy toca día de observación y estamos en pleno delta del Llobregat. Ataviado con su forro polar gris, su pantalón de aventura marrón y sus náuticos, también marrones, lleva el kit de observación completo: los prismáticos, la guía de campo, la libreta para apuntar y la cámara de vídeo. En medio del humedal, tarros blancos, ánsares comunes, flamencos y ánades azulones comen y duermen ajenos a la presencia de siete aficionados a la fotografía apostados en esta cabaña de madera. Todos ellos, hombres de más de 50 y 60 años, cámara al cuello. “También existen bastantes subespecies de observadores: fotógrafos y pajareros”, dice con media sonrisa Del Hoyo.

Pelea, pelea”, avisa uno de ellos. Los siete se movilizan, empuñan la cámara, enfocan. Pero la trifulca es poca trifulca, todo vuelve a su curso. Tranquilidad, paz, ligera bruma, cielo nublado. Los cantos de las aves se funden con el lejano rugido de los aviones que aterrizan en El Prat.

De pronto aparece en la charca un pájaro de pico largo, tonos pardos y plumas verdes. “¡Morito, morito!”, exclama Del Hoyo, y señala a lo lejos, a la derecha. Su cara se ilumina, amplia sonrisa. El morito común era muy raro de ver cuando él era joven, su aparición sigue siendo un acontecimiento, conserva su pasión intacta.

Ha filmado a más de 5.000 especies con su cámara de vídeo. Emplea tres meses al año a viajar; incluido el de vacaciones, que siempre dedica a ver pájaros

Hace 20 años éramos capaces de tirarnos de un coche en marcha si veíamos a un morito”, explica Jordi Sargatal. “Nos queda el gen de tirarnos del coche en marcha, mantenemos el instinto”.

Ese instinto, esa pasión de la que habla su socio, es la que llevó a Del Hoyo a abordar un proyecto tan ambicioso como el Handbook a la vuelta de un viaje a África: al regresar a España, año 1981, buscó un catálogo de aves. Para su sorpresa, nadie lo había hecho. “Lo hago yo”, se dijo.

Su obra ha cobrado en estos últimos años una nueva dimensión al trasladarse al mundo digital: 3.494 personas están registradas en HBW Alive y suben, desinteresadamente, vídeos a la plataforma. En Lynx, donde trabajan 20 personas, se supervisa el material.

Además, en estos días están embarcados en la edición del segundo tomo del Illustrated Checklist of the Birds of the World (Lista ilustrada de las aves del mundo), obra en la que actualiza el Handbook con los avances taxonómicos que se han producido en los últimos 15 años: hay 462 subespecies de la obra madre que ya son consideradas especies.

Pero yo no he descrito ni una sola especie”, se apresura a aclarar Del Hoyo. Es decir, él es un observador, un clasificador de la información, un ornitólogo, una referencia mundial. Pero no es un científico. Eso sí, ha ayudado a poner nombre en español a cerca de 10.000 especies, como miembro de un comité creado en 1991 junto a la Sociedad Española de Ornitología. Muchas de sus propuestas de nombre –más de un 80% tal vez, señala– salieron adelante.

Viaje a viaje, avistamiento a avistamiento, el tiempo ha ido transcurriendo y el conocimiento enciclopédico de Del Hoyo no ha hecho otra cosa que crecer. En paralelo, ha ido aumentando el reconocimiento a la labor de este loco entusiasta de las aves, melómano y gran aficionado a la poesía. Existe incluso una subespecie de busardo blanco bautizada con su apellido por el taxónomo alemán Norbert Bähr: el Buteo albicollis delhoyoi.
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