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jueves, 7 de junio de 2012

El 30% de las amenazas para las especies proceden del comercio internacional


Estados Unidos, Japón y Europa concentran el mayor consumo de bienes cuya producción tiene impacto negativo en la biodiversidad.

Los países desarrollados importan masivamente, entre otras cosas, café, té, azúcar y pescado, lo que genera masivos efectos ambientales negativos en las regiones productoras


El café que millones de personas toman en el desayudo parece inofensivo desde el punto de vista del medio ambiente, pero la próxima vez que se prepare una taza puede pensar si la expansión de los cultivos de esa planta tan aromática y estimulante es una amenaza para la biodiversidad allá donde se cultiva. Lo es. Para conocer y medir el efecto del consumo, sobre todo en los países desarrollados, no basta con buscar en el entorno inmediato, hay que mirar lejos. Por ejemplo en México, Colombia y en Indonesia, en el caso del café. Pero hay muchísimos más productos consumidos en unos rincones del globo responsables de la devastación de hábitats en otros, y además, pasando por una intrincada red de distribución comercial o de transformación de las materias primas. Un equipo internacional de científicos ha cuantificado este fenómeno a gran escala y concluye que al menos el 30% de las amenazas para la biodiversidad, excluyendo la debida a las especies invasoras, proceden del comercio internacional. Los diez países más importantes que importan esas amenazas (asociadas al consumo de bienes producidos fuera de sus fronteras) son Estados Unidos, Japón. Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, España, Corea del sur y Canadá. Los diez primeros de la lista deexportadores son: Camerún, Camboya, Rusia, Tailandia, Sri Lanka, Filipinas, Malasia, Papúa Nueva Guinea, Madagascar e Indonesia, según los cálculos realizados por el equipo de expertos, liderado por Manfred Lenzen (Universidad de Sidney, en Australia).

“Las actividades humanas están causando la sexta extinción masiva del planeta, un caída acelerada actual de la reserva de biodiversidad biológica con tasas entre cien y mil veces superiores a la era preindustrial”, recuerdan estos investigadores en su artículo publicado en la revista Nature. “Históricamente, la intrusión —de bajo impacto— en los hábitats de las especies respondía a la demanda local de comida, combustible y espacio habitable. Sin embargo, en la actual economía cada vez más globalizada, las cadenas de comercio internacional aceleran la degradación de hábitats muy lejos de los lugares de consumo”. Los mecanismos implicados y los efectos se conocen mal.

La araña mono está amenazada por la extensión de las plantaciones de café y cacao

Pero los casos de amenaza para la biodiversidad a distancia son numerosos, recuerdan estos científicos: la soja y la producción de carne con su efecto negativo sobre la selva en Brasil; la pesca den Nueva Guinea Papúa, las plantaciones para obtener aceite de palma en Indonesia y en Malasia o la captura de peces de colores para acuarios en Vietnam, por citar unos pocos. Uno de los casos concretos que apuntan los investigadores es el de la araña mono (Ateles geoffroyi), que está en peligro y amenazada por pérdida de hábitat a medida que se extienden las plantaciones de café y cacao en México y Centroamérica. Lenzen y sus colegas de Australia, Italia y Japón han cruzado los datos de 15.000 especies amenazadas en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) con más de 15.000 productos originados en 187 países para evaluar el impacto ambiental. 

Además han tenido en cuenta en sus análisis las intrincadas vías de distribución y transformación desde el productor original de la materia prima hasta el consumidor del bien acabado, en las que a menudo están implicados más de dos países. Productos agrícolas y madera de Guinea Nueva Papúa (donde 171 especies están amenazadas por estas importaciones) acaban en Japón, pero pasando por Malasia, Indonesia, Hong Kong, Taiwan, Australia o Tailandia. “Lo que hemos descubierto demuestra que las amenazas locales están directamente alimentadas por la actividad económica y la demanda de los consumidores en todo el mundo”, escriben Lenzen y sus colegas en Nature. Para manejar todos los datos debidamente, han desarrollado un complejo modelo por ordenador que relaciona la presión medioambiental y el impacto en los ecosistemas con la producción y el comercio mundiales.

La biodiversidad, además, no es la única amenaza medioambiental cuya responsabilidad recae, en gran medida, a distancia del daño infringido. Lo mismo pasa con la contaminación, por ejemplo en China, generada por la producción pasiva de bienes y productos para la exportación.

Los investigadores proponen un etiquetado con información sobre la huella en la biodiversidad de muchos productos

“Si usted compra un juego de ajedrez con piezas hechas de marfil, puede sospechar que está contribuyendo a la matanza de elefantes. Pero si compra una salchicha no puede saber si el cerdo con el que se ha hecho estaba alimentado de soja de una granja que se ha extendido en lo que antes era el hábitat de los elefantes. El efecto sobre la diversidad de las especies, sin embargo, es similar”, señala el especialista noruego Edgar Hertwich al comentar en Nature el trabajo de sus colegas.

La investigación no se limita a desentrañar la interrelación entre pérdida de biodiversidad y consumo remoto, sino que toma en consideración iniciativas que pueden atenuar los efectos. 
Y los mecanismos para una justa distribución de las responsabilidades no tienen por qué partir de cero. Lenzen y sus colegas recuerdan que las autoridades chinas apuntan que debería recaer parte de emisiones de gases de efecto invernadero de su país en la contabilidad de los países importadores de esos bienes. La biodiversidad podría aprovechar idénticos conceptos y métodos, dicen estos expertos. Otra iniciativa interesante es la del Convenio Cites, que regula el comercio internacional de especies amenazadas (actualmente protege más de 30.000) con certificados, cuotas y regulaciones. ¿Por qué limitarse a la protección directa de las especies y no abarcar también las actividades económicas que las ponen en peligro?, sugiere el equipo de Lenzen. La concienciación de la sociedad, el etiquetado apropiado con información sobre la huella en la biodiversidad en muchos producto o la extensión de las regulaciones medioambientales a los países que reciben en su territorio actividades económicas deslocalizadas son ideas a tener en cuenta.
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