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lunes, 18 de junio de 2012

Novedades sobre la ‘extinta’ cabra montés ibérica Capra pyrenaica pyrenaica

Ricardo García-González, investigador en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC), ha sido el encargado de analizar los cráneos y comparar las características craneométricas con poblaciones de cabras monteses vecina.s

En los años 1984 y 1994, los grupos espeleológicos de Estella (Navarra) y Pedraforca (Barcelona), encontraron, durante prospecciones rutinarias, los restos óseos de dos machos y una hembra de bucardo en simas y pozos cársticos que actuaron a modo de trampas, en Larra (Navarra) y Millaris (Huesca), a 2.390 y 2.500 metros de altitud. Hasta ahora, pocos fósiles de esta especie (Capra pyrenaica pyrenaica) se habían descubierto en esas zonas.

Ricardo García-González, investigador en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC), ha sido el encargado de analizar los cráneos y comparar las características craneométricas con poblaciones de cabras monteses vecinas, fósiles y modernas.

Los resultados, publicados en la revista Comptes Rendus Palevol, sugieren que el tamaño de estas cabras salvajes era un 50% superior al de los bucardos modernos que vivieron en la Península Ibérica y que se extinguieron en los Pirineos en el año 2000.

“Los cráneos de los machos eran extraordinariamente grandes en comparación con otros restos de cabras del Pleistoceno superior (hace entre 120.000 y 11.000 años) del suroeste europeo”, apunta a SINC García-González.

Según el único autor del trabajo, el aumento de talla de los machos podría atribuirse al incremento de la disponibilidad de recursos tróficos durante el Holoceno (desde hace 11.000 años hasta la actualidad), lo que encajaría con la teoría dispersiva de la evolución de los ungulados, propuesta por el científico V. Geist en 1987, en la que hace referencia a los “gigantes de la Edad de Hielo”.

Machos de enormes cuernos
Algunos de estos ‘gigantes’, como el ciervo Megaceros, portaban “órganos de exhibición” de gran tamaño, cuya función era disuadir a los competidores y reducir la luchas, en una época en la que las especies encontraron nuevas oportunidades y más alimentos en ambientes periglaciales.

“Como consecuencia, los machos con grandes cuernos tenían más éxito reproductivo. Las hembras invirtieron su energía en la supervivencia de las crías, por lo que no necesitaron aumentar el tamaño de sus órganos de exhibición”, subraya García-González.

Además del tamaño, la elevada altitud a la que se hallaron los restos es también inusual. La presencia de estos animales se explica porque hace unos 7.000 años el deshielo ya había empezado a producirse en Millaris (Parque Nacional de Ordesa en los Pirineos) a 2.500 metros de altitud, donde todavía perduran ahora restos de los últimos glaciares pirenaicos.

El investigador comenta que “a esa altitud se habrían desarrollado ya los nutritivos pastos alpinos por encima del límite del bosque, de los que los bucardos se aprovecharían en verano a través de migraciones estacionales, como lo hacen sus congéneres en la actualidad”.

El origen de la subespecie, en duda
En cuanto al origen de la subespecie, el análisis de los cráneos fósiles de estas cabras salvajes de los Pirineos coincide con los estudios de genética molecular y sugiere un mayor parentesco con el íbice de los Alpes (Capra ibex).

Sin embargo, hasta ahora la comunidad científica pensaba que las cabras monteses ibéricas procedían de un antepasado común con las cabras del Cáucaso (Capra caucasica) que migró hacia el Macizo Central francés hace unos 80.000 años.

“Son necesarios más hallazgos y más estudios de los fósiles para confirmar el origen y la diferenciación de esta subespecie”, concluye García-González.
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