Ricardo García-González,
investigador en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC), ha sido el
encargado de analizar los cráneos y comparar las características craneométricas
con poblaciones de cabras monteses vecina.s
En los años
1984 y 1994, los grupos espeleológicos de Estella (Navarra) y Pedraforca
(Barcelona), encontraron, durante prospecciones rutinarias, los restos óseos de
dos machos y una hembra de bucardo en simas y pozos cársticos que actuaron a
modo de trampas, en Larra (Navarra) y Millaris (Huesca), a 2.390 y 2.500 metros
de altitud. Hasta ahora, pocos fósiles de esta especie (Capra pyrenaica
pyrenaica) se habían descubierto en esas zonas.
Ricardo
García-González, investigador en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC),
ha sido el encargado de analizar los cráneos y comparar las características
craneométricas con poblaciones de cabras monteses vecinas, fósiles y modernas.
Los
resultados, publicados en la revista Comptes Rendus Palevol, sugieren que
el tamaño de estas cabras salvajes era un 50% superior al de los bucardos
modernos que vivieron en la Península Ibérica y que se extinguieron en los
Pirineos en el año 2000.
“Los cráneos
de los machos eran extraordinariamente grandes en comparación con otros restos
de cabras del Pleistoceno superior (hace entre 120.000 y 11.000 años) del
suroeste europeo”, apunta a SINC García-González.
Según el
único autor del trabajo, el aumento de talla de los machos podría atribuirse al
incremento de la disponibilidad de recursos tróficos durante el Holoceno (desde
hace 11.000 años hasta la actualidad), lo que encajaría con la teoría
dispersiva de la evolución de los ungulados, propuesta por el científico V.
Geist en 1987, en la que hace referencia a los “gigantes de la Edad de Hielo”.
Machos de enormes cuernos
Algunos de
estos ‘gigantes’, como el ciervo Megaceros, portaban “órganos de
exhibición” de gran tamaño, cuya función era disuadir a los competidores y
reducir la luchas, en una época en la que las especies encontraron nuevas
oportunidades y más alimentos en ambientes periglaciales.
“Como
consecuencia, los machos con grandes cuernos tenían más éxito reproductivo. Las
hembras invirtieron su energía en la supervivencia de las crías, por lo que no
necesitaron aumentar el tamaño de sus órganos de exhibición”, subraya
García-González.
Además del
tamaño, la elevada altitud a la que se hallaron los restos es también inusual.
La presencia de estos animales se explica porque hace unos 7.000 años el
deshielo ya había empezado a producirse en Millaris (Parque Nacional de Ordesa
en los Pirineos) a 2.500 metros de altitud, donde todavía perduran ahora restos
de los últimos glaciares pirenaicos.
El
investigador comenta que “a esa altitud se habrían desarrollado ya los
nutritivos pastos alpinos por encima del límite del bosque, de los que los
bucardos se aprovecharían en verano a través de migraciones estacionales, como
lo hacen sus congéneres en la actualidad”.
El origen de la subespecie, en duda
En cuanto al
origen de la subespecie, el análisis de los cráneos fósiles de estas cabras
salvajes de los Pirineos coincide con los estudios de genética molecular y
sugiere un mayor parentesco con el íbice de los Alpes (Capra ibex).
Sin embargo,
hasta ahora la comunidad científica pensaba que las cabras monteses ibéricas
procedían de un antepasado común con las cabras del Cáucaso (Capra caucasica)
que migró hacia el Macizo Central francés hace unos 80.000 años.
“Son
necesarios más hallazgos y más estudios de los fósiles para confirmar el origen
y la diferenciación de esta subespecie”, concluye García-González.
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