La
mitad de las aguas españolas no cumple los objetivos marcados por
Europa para 2015
El
reto es hacer compatible la ecología con su explotación económica
El río
Ebro hace un gran meandro de cinco kilómetros al noroeste de la
provincia de Tarragona, muy cerca de su límite con Zaragoza. A
finales del siglo XIX la industria alemana decidió colocar allí una
gran fábrica química que dio un vuelco social y económico al
municipio de Flix. A cambio, convirtió el río en un vertedero que
hoy, más de 100 años después, se está limpiando.
En la
imagen que corona estas líneas se puede ver la barrera construida
alrededor de la zona contaminada y la evidente diferencia de color
con el agua de fuera. Los trabajos para sacar casi un millón de
toneladas de residuos (compuestos organoclorados, metales pesados y
elementos radiactivos) empezaron en marzo de 2013 y terminarán el
año que viene con un coste de 165 millones de euros. De ellos, la UE
pone el 70% y Ercros, la actual dueña del complejo (la empresa ha
cambiado de manos varias veces a lo largo del siglo XX), en torno al
6%.
Pero la
de Flix es algo más que una historia de vertidos y de lo difícil
que es poner en práctica esa máxima de la normativa ambiental que
dice: quien contamina paga. Porque allí se amontonan en apenas unos
pocos kilómetros casi todos los ejemplos de las luces y las sombras
de la salud hídrica de España: vertidos; presas que dan energía y
alimentan campos de cultivos, pero emponzoñan residuos y dejan casi
ahogados tramos de cauce; especies invasoras, pero también espacios
naturales…
La
explotación del agua en Europa
Casi la
mitad de las aguas españolas (el 45% de las superficiales y el 50%
de las subterráneas) están por debajo del buen estado de calidad
que marcó en el año 2000 la Directiva Marco del Agua como objetivo
para 2015, según el repaso hecho por este diario a los planes de
cuenca. Una planificación que el Gobierno terminó el mes pasado (se
aprobaron los textos para el Júcar y el Segura), con más de cuatro
años de retraso y tras una condena del Tribunal de Justicia de la UE
con amenaza de multa millonaria.
¿Están
bien o están mal los ríos? Ofrecer una imagen común es altamente
peliagudo y habría que recurrir al socorrido ‘de todo hay’. En
general, explican Abel La Calle y Francesc La-Roca, de la Fundación
Nueva Cultura del Agua, están bien e, incluso, muy bien en las
cabeceras, pero sufren un estrés hídrico generalizado (cuando se
extrae más del 20% del agua disponible), según la Agencia Europea
del Medio Ambiente. La cifra es del 31%, la quinta más alta del
continente, solo por detrás de Chipre, Malta, Italia y Bélgica, y
con situaciones extremas en las cuencas internas de Cataluña, Júcar,
Segura, Guadalquivir, Guadiana, Tajo y Baleares.
Algo
que temer, algo que cuidar
Esta es
la particularidad española dentro de un continente en el que los
ríos se estaban maltratando de tal modo que en 2000 la Comisión
Europea aprobó la Directiva Marco del Agua, después de años de
procelosa negociación, para “proteger las aguas tanto en términos
cualitativos como cuantitativos y garantizar así su sostenibilidad”.
La idea era que, sin esa protección, los ríos pronto dejarían de
producir suficiente agua de buena calidad, lo que no solo
comprometería el medio ambiente, sino que tendría gravísimas
consecuencias económicas.
“La
gente siempre ha vivido de espaldas al río”, dice Pere Muñoz,
exalcalde de Flix (3.900 habitantes), a pesar de que el municipio
nació y creció al abrigo del agua. Pero tradicionalmente se ha
visto como una gran despensa que provee y a la vez se lleva aquello
que no se quiere, algo que temer (si falta o si sobra) más que algo
que merece la pena conservar. Sin embargo, cuenta Muñoz en una
terraza del pueblo en una veraniega mañana, la cosa empezó a
cambiar hace 10 años, a medida que se vio que el modelo de la
fábrica química no aguantaba más, que la industria “no se
merecía que el pueblo fuera su escudo humano”, por más que
hubiera sido su sustento durante tantos años.
España
culmina los planes que le exigía Europa con cuatro años de retraso
En
España y en el continente, la conciencia al respecto ha crecido en
la última década. El 47% de los europeos dijeron en 2005 que su
mayor preocupación medioambiental era la contaminación del agua (el
52% de los españoles); y en 2012 el 44% creía que la calidad de los
ríos había empeorado (el 52% de españoles).
Desde la
Comisión Europea suelen echar mano de estas encuestas para empujar
el complicado desarrollo de la directiva, que obliga a los países
miembros a fijar un estándar alto de calidad para todas sus masas de
agua (cada tramo de río, lago, embalse), teniendo en cuenta el
estado químico (los contaminantes) y el ecológico (según la flora
y fauna). En cuanto a las aguas subterráneas, se mide la
contaminación y la cantidad de reservas, es decir, si lo que se
extrae es más de lo que se renueva.
El
objetivo es que todas estén en buen estado en 2015. Sin embargo, la
propia norma, siendo realista, permite a los Estados establecer
—justificándolo bien— prórrogas hasta 2021 o 2027 si las
dificultades técnicas, económicas o naturales así lo aconsejan.
Permite, incluso, fijar exenciones totales, objetivos menos
rigurosos, si se considera que tampoco podrá lograrse esa buena
calidad dentro de 13 años.
En
España, la mayoría de las masas que no cumplen ahora (los datos son
2012 y 2013) tampoco se prevé que lo hagan el año que viene. En 136
casos (entre ríos, embalses, aguas subterráneas…) se ha
renunciado al buen estado en 2027. En todo caso, esa previsión está
en el aire: la directora general del Agua del Ministerio de
Agricultura y Medio Ambiente, Liana Ardiles, admitió recientemente
que faltan 9.000 millones en "depuración y saneamiento"
para alcanzar los objetivos, y que espera acordar con la UE criterios
más laxos para fijar exenciones.
A pesar
de todo, el ministerio asegura que, comparativamente con otros países
europeos, en España hay “un grado de conservación alto”. Por
supuesto, hay zonas que están peor (Italia o Reino Unido), pero
también muchas otras que están mejor (Austria, los países Este).
Fábricas,
presas y mejillones en Flix
"No
es una cuestión de botella medio llena o medio vacía, porque los
porcentajes se sitúan claramente del lado vacío”, responde
Francesc La-Roca, también profesor de la Universidad Valencia. El
experto enumera una serie de problemas comunes en los cansados ríos
españoles, esos que se pueden repasar dando una vuelta por el Ebro a
la altura de Flix.
El paseo
empezaría en la centenaria fábrica electroquímica, que ocupa unas
19 hectáreas (como otros tantos campos de fútbol) en la margen
derecha del cauce, y que descargó durante décadas vertidos
industriales. “El problema general es que la depuración de las
aguas residuales no es suficiente”, señala el investigador del
CSIC Damià Barceló. España también se enfrenta a multas
millonarias por incumplir la normativa europea de depuración y el
Gobierno ha anunciado la construcción de 400 depuradoras en los
próximos años, con una inversión de entre 1.100 y 1.400 millones
de euros. Alberto Fernández Lop, de WWF, insiste en que "la
construccion de depuradoras en sí mismo no es garantía de mejora",
pues recuerda los problemas de gestión y mantenimiento que se están
produciendo en numerosos pueblos que no pueden hacerse cargo de esas
infraestructuras una vez construidas.
Pero,
además, hay un problema extendido que nos puede combatir con
depuradoras: el de la contaminación difusa, procedente de grandes
zonas de suelo de cultivo o ganadero. Se trata de "exceso de
nitratos y fertilizantes en general, y purines [mezcla de
defecaciones animales, comida y agua] que vierten directamente a ríos
y aguas subterráneas”, explica Barceló.
La
situación se agrava cuando los ríos tienen muchos obstáculos y en
España los tienen. “Existen más de 1.231 grandes presas. Pero
además existen más de 8.000 pequeños obstáculos, muchos de ellos
en abandono manifiesto, obsoletos y sin concesión de aguas”,
enumera Fernández Lop. Las presas provocan cambios bruscos en la
cantidad de agua en función de si hace más o menos falta para regar
o para producir energía, lo que daña la flora y la fauna del río,
sobre todo, si se invierten los ciclos naturales, con más caudal en
verano que en invierno.
La
Reserva Natural del Sebes ocupa 250 hectáreas, casi enfrente de la
fábrica química de Flix.
En Flix
hay una presa a poca distancia de la fábrica química, río abajo.
Se construyó a finales de los años cuarenta para cubrir las
crecientes necesidades eléctricas del complejo. Esa barrera provocó
que los despojos químicos se fueran acumulando en el lecho y dejó
desde aquel momento todo el meandro casi sin caudal. Esto reduce su
capacidad de arrastre y, con ello, de autolimpieza, con los
consecuentes malos olores y algún que otro problema de salud, dice
el exalcalde Pere Muñoz.
El
embalse, además, se ha usado y se usa para dar agua a campos de
regadíos; entre este y los pantanos cercanos de Ribarroja y
Mequinenza abastecen miles de hectáreas. Pero este uso se ha visto
comprometido en distintos momentos por la presencia de la especie
invasora del mejillón cebra, un pequeño bivalvo de agua dulce que
puede traer consigo gravísimos problemas ambientales y económicos
al provocar cambios drásticos en la fauna y la flora y la
obstrucción de cañerías.
La
especie se ha extendido en España desde 2001 por el Ebro, la
vertiente cantábrica, el Júcar y el Segura, porque “cada día es
más habitual contaminar nuestras aguas con especies exóticas y
porque nuestros ríos están cada vez más regulados, y los embalses
les encantan a los mejillones cebra”, escribía en estas páginas
en 2006 Rafael Araujo, especialista del Museo Nacional de Ciencias
Naturales. Ese bivalvo se enfrenta a una estrategia del Gobierno para
su control, pero en todo el país hay catalogados 200 invasores,
algunos de ellos, como el siluro, el camalote o la almeja asiática,
que rompen el equilibrio de los ecosistemas y alejan la posibilidad
de alcanzar el buen estado.
Pero el
paseo por Flix terminaría, quizá para sorpresa de alguno, en una
reserva natural, la del Sebes, que está casi enfrente del complejo
industrial, al otro lado del río. Se trata de un espacio de 250
hectáreas que alberga una impresionante biodiversidad y un humedal
capaz de depurar por sí solo, de forma natural, 300.000 metros
cúbicos de agua. Pere Josep Jiménez, su director, habla de
casualidades en una de las cabañas de avistamiento de pájaros del
parque. Cuenta que los lugareños fueron abandonando los cultivos de
aquella zona para volcarse en la industria, lo que permitió que
aquel trozo de naturaleza —que al estar río arriba no se vio
afectada por los vertidos— reviviera. “Los sistemas fluviales
tienen una capacidad de recuperación altísima. Pero, claro, se
requiere inversión, apoyo social y decisión política”, señala.
Intereses
difíciles de conciliar
La
decisión política, al menos en el ámbito europeo, se tomó hace ya
14 años con la Directiva del Agua. Pero su aplicación en España
está siendo espinosa, de ahí el retraso en la aprobación de los
planes de cuenca que debían estar en vigor desde 2009. La mayor
parte del trabajo se ha hecho en últimos dos años y medio,
solapándose con la redacción de los planes para el próximo
periodo: 2015-2021.
El
actual Gobierno, del PP, se felicita a sí mismo por su rapidez y
culpa del retraso al anterior Ejecutivo, del PSOE. Este no logró
acuerdos por culpa de las llamadas guerras del agua, que enfrentan a
unas comunidades con escasez (las del sureste) a otras con abundancia
(centro y norte), azuzadas entonces y apaciguadas ahora, recalcan los
ecologistas, por las comunidades gobernadas por el PP.
“España
tiene que acabar con la guerra del agua entre regiones”, decía en
2012 Janez Potocnik, comisario europeo de Medio Ambiente, en una
entrevista en la que recalcó que en este país “el agua es un
problema serio".
Son
muchas las fuerzas que empujan en direcciones contrarias: la
agricultura de regadío, que genera en torno al 2% del PIB y el 4% de
los empleos, pero se lleva al menos el 68% del agua que se consume
cada año; la industria hidroeléctrica, que forma parte de un sector
energético que aporta el 3,6% del PIB y el 1,4% del empleo; el
abastecimiento para consumo humano, que a veces requiere almacenar
para momentos de escasez, secando tamos de río; la industria, el
turismo, la acuicultura, la pesca…
“Todo
puede ser compatible, si se aplica el sentido común”, insiste
desde la Reserva de Sebes Pere Josep Jiménez. “No digo que no
tenga que haber industria, pero tiene que cumplir”. La idea general
de la directiva europea, explica Fernández Lop, de WWF, es pasar de
una política centrada en asegurar las demandas (riego, energía...)
a otra que limite todo para que no se ponga en peligro la buena salud
de los ríos. ¿En qué se traduce eso? En contaminar menos y
castigar más a quien lo haga, quizá eliminando barreras en los ríos
(en el Duero ya se está haciendo) y tal vez reestructurando el mapa
de regadíos. Probablemente habrá que buscar nuevas soluciones. “Yo
creo que en España hay recursos de sobra, pero no están bien
organizados; por ejemplo, se ha investigado y trabajado muy poco con
las reservas subterráneas”, dice Fernández.
La
sobreexplotación y la falta de depuración son los grandes problemas
La
transición no parece fácil, al menos en Flix. La fábrica que hizo
de la zona un lugar floreciente está hoy de retirada. Apenas
funciona una pequeña parte —de más de 1.000 trabajadores hace
unos años, hoy quedan 150— y los habitantes del municipio dan por
hecho que, cuando termine el trabajo de limpieza, se apagará casi
completamente. La vieja colonia que se construyó junto al complejo a
principios de siglo XX para los trabajadores —bellas casitas con
jardín para los ingenieros, más modestas para otros empleados, un
casino que replica la estación de Frankfurt— es víctima hoy, en
buena parte de su extensión, del abandono y el olvido, dando fe de
esa decadencia. El exalcalde Pere Muñoz no cree que el incipiente
turismo o la agricultura puedan llegar a reemplazar lo que supuso
económicamente la fábrica.
¿Cuál
es la alternativa? Muñoz se encoje de hombros. Habrá que inventar.
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